No son tiempos para nostálgicos. La dominación mundial del capitalismo ha convertido cualquier objeto en dinero potencial en ese gran plan de autodestrucción planetaria que vimos en los villanos de los tebeos de Spiderman. No hay espacio para la improvisación, los gérmenes culturales mueren antes de ser noticia, los iconos se convierten en parques temáticos y figuras articuladas, los movimientos en moda y el mensaje en nada.
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El Battersea Power Station de Londres pasará a convertirse en un complejo de lujo lleno de tiendas caras, residencias espectaculares y todas esas necesidades que un buen rico necesita en este siglo XXI. Fina ironía post rock la que encauza a una ciudad comida por la libra, metáfora sobre la importancia que tiene en la sociedad actual la cultura popular.
El edificio proyectado por Giles Gilbert Scott se hizo mundialmente conocido cuando, en 1977, ilustró la portada de ‘Animals’ (EMI, 1977), el álbum de Pink Floyd que tenía que ejercer de sucesor del exitoso ‘Wish You Were Here’ (EMI, 1975). Aquel álbum basado en la ‘Rebelión en la granja’ de George Orwell pintaba un cuadro sonoro en el que el cerdo ejercía de político, defendido por el perro ante los posibles ataques de una sociedad sumisa en forma de ovejas. Aquellos cantos tuvieron reacción con el Sid Vicious, el imperdible en la oreja y la cresta mastodóntica. El punk había llegado y su carta de presentación fue renegar de aquellos burgueses de los Floyd que vivían felices en sus grandes mansiones. ‘I Hate’ escribiría Johnny Rotten en una camiseta de la banda con la que posaba orgulloso. Las ovejas se convirtieron en lobos.
En Londres, dinero siempre se toma su venganza. Battersea Power cerró en el ‘83 y, tras varias amenazas de derribo e intentos por convertirlo en núcleo de nuevo arte, el edificio de cuatro chimeneas pasará a ser un área restringida solo para aquellos que no tengan una buena cuenta corriente. Las paredes color arcilla pasarán a colgar luminosos de las tiendas de siempre, en ese constante regusto globalizador que es sinónimo de clonación. Europa se empeña en convertir sus grandes ciudades en la misma. Y esta vez las ovejas están más dormidas que nunca.
No es el único caso. Los hermanos Alcázar llevan apoyados en una baranda de la Gran Vía madrileña desde hace casi una década. Los heavies de Gran Vía se pasan la tarde de protesta tibetana porque les cerraron Madrid Rock en 2005. A la tienda de Música se la cargó la crisis, como al Palacio de la Música, también en Gran Vía, que tuvo que dejar de estrenar películas en 2008 y echar el cierre. A la primera le plantaron una tienda de moda. La segunda iba a salvarse hasta que el ayuntamiento de la ciudad animó a las multinacionales de ropa a echarle el guante. Hemos pasado del ‘La Cultura no es un lujo’ al ‘El lujo es la Cultura’.
Los Alcázar han decidido ampliar su causa sin solución y evitar que el Palacio de la Música se convierta en una seta clónica más. Han participado en un spot junto a David Trueba en contra de la desaparición del palacio. Pero es mucho más que eso. El edificio es la última oportunidad que le queda a la Cultura en el centro de la ciudad. Madrid ha decidido convertirse en la misma ciudad que uno puede encontrar en Italia, Bélgica o Irlanda.
Los iconos culturales van desapareciendo en una cuenta atrás en la que las ciudades están despojadas de todo elemento que las diferencia, un futuro en el que no hay espacio para el Battersea o el Palacio de la Música si no es para viviendas de lujo o la misma tienda de siempre.