La tecnología me odia. Yo no la odio, me maravillo ante ella pero tengo muy claro que está por debajo de mí. Esa no es manera de llevar una relación, no estamos en la misma página y, por mucho que trato de aferrarme a ella y quererla, ella continúa en su afán por apartarme de su lado. Cuando no es directamente –dos semanas de ordenador misteriosamente inoperable, entre otras-, me ataca donde más me duele: en la cantidad de chorradas que hace y, personificándome como ejemplo global, arrastrándome hacia su sinsentido, haciéndome cometer actos que de por sí me resultan deplorables.
Navegando por sus incesantes olas de información, me tope hace poco con un artículo de Karelia Vázquez en su blog “Antigurú” de “El País” en el que arremetía contra la fea costumbre que estamos adoptando como lectores de obviar textos largos y, aún con mayor desdén, “twittear” sobre ello sin saber. Qué razón tienes, compañera. Vivimos en tal ciclón informativo que, incluso cuando disponemos sobradamente de tiempo, tenemos la sensación de que no. Textos cortos, vídeos, fotos, gráficos, pero, ¿palabras? ¿Trabajo en la redacción? Ugh, que asco. Preferimos brevedad a calidad y ese es un angosto camino muy peligroso.
Primero llegó el blog. Todos éramos felices porque podíamos esculpir nuestros pensamientos en un formato con el potencial de llegar a todo el mundo. Después las redes sociales. No importa la distancia, tienes un pequeño espacio para decirles a tus amigos de Indonesia lo que has comido, pero si quieres más, ahí lo tienes. Le siguió Twitter. Ciento cuarenta caracteres, ¿acaso hace falta más? Y ahora Vine. Seis segundos de vídeo en los que contar todo lo que se te… Ya está, se acabó la grabación. Tenemos tanta falsa prisa que cada vez creamos plataformas más escuetas, centrando la prestancia como un factor que intrínsecamente significase calidad, cuando no podría distar más de la realidad.
Es un arte en extinción el de detenerse a asimilar la información que nos llega. Queremos más, mucho más y cuanto antes, así podremos compartirlo todo en cada una de las ocho redes que usamos y opinar, lo cual es sano, pero contraproducente cuando no se comprende el contexto (casi una criatura mítica a estas alturas) y se desconoce el fondo. Estamos creando un hábito que no será fácil abandonar; el reinado de la curiosidad inmediata, el conocimiento superficial y la ignorancia de la totalidad.
¿De verdad es necesario tener un servicio de vídeos de seis segundos? No llego a comprender el motivo por el que poner un tope, una limitación temporal al usuario. Lo rápido está de moda (que a más de uno incluso le hará ilusión) y vende; suficiente, firmado. Tenemos todo el tiempo del mundo, aprovechémoslo, aprendamos en una época en la que todo el saber se encuentra a nuestro alcance y no nos dejemos engañar por fórmulas efímeras que lo único que hacen es intoxicar la información que nos llega y el concepto en sí de lo que realmente es informar, comunicar y reflexionar.