Han muerto muchos viejos esta semana. Podría ser obra de Rajoy para no pagar pensiones pero no, los viejos han muerto de viejos. También el álbum ha muerto de viejo.
Hace cinco años en el (afortunadamente para algunos aspectos) boom desenfrenado de blogs, estos se abalanzaban a colgar streamings y descargas ilegales filtradas depositados en cientos de plataformas por empleados de discográficas que no tenían otra cosa mejor que hacer o eran verdaderamente amantes de la cultura libre. Con el tiempo, la industria se dio cuenta (cosa rara) y reorientó sus estrategias de promoción aprovechando herramientas como Soundcloud o Spotify, y así los medios (blogs) se han dirigido a usar formas más lícitas que las propias discográficas les proveen (toma embed al canto).
debemos averiguar lo que le gusta a la gente y funciona mejor en sus vidas.
El stream de un álbum se ha convertido en uno de los trabajos más importantes para el publicista de música en nuestros días: anunciar el álbum, lanzar un teaser, lanzar un single, dar el embed del álbum… Son pequeñas dosis de contenido que los medios reciben como agua en el desierto, más aun si el publicista maneja el factor de la exclusiva. Véase como ejemplo el retorno de David Bowie con The Next Day, véase como ejemplo la subsección de streaming que ha abierto Pitchfork recientemente, Pitchfork Advance. El gigante norteamericano afirma que este lanzamiento está orientado a “emular la experiencia de lo que era antes escuchar un álbum”, sin embargo, cuesta percibir que escuchar un disco con los cinco (seis) sentidos como antes sea fragmentos de canciones, comentarios del disco, videos psicodélicos, GIFs, loops, letras en pantalla y demás contenido artístico de pega
Simplemente se trata de una reincidencia más en el concepto de hoy de música como entretenimiento, quedando en el olvido lo que es realmente la música, un arte que aporta y crea cultura en la sociedad. Da la sensación que iniciativas como la plataforma de Pitchfork intentan mantener vivos los álbumes con pseudo-contenido artístico de plástico, olvidándose del contenido principal, la música. A mi desde luego como usuario exigente de Internet no me mantienen más de 3 minutos de visita, y me pregunto si pasa en otros casos o la gente se lo zampa con patatas. Escuchar música es una práctica más efímera y privada, es algo que haces mientras haces otra cosa. ¿Te acuerdas de algún disco que creara más allá de uno o dos días de polémica? ¿Cuándo fue la última vez que hubo una verdadera y larga polémica que no fuera que Strokes ya no hace lo de ‘Is This It’? Hablamos de la música rápido y de forma irrelevante.
No tienen porque ser peor estos hábitos de hoy; como cada tiempo, es diferente. Ni quiero pecar de discurso nostálgico cuando tengo una mente adaptada y plenamente inmersa en la innovación de estos tiempos. Los patrones de consumo cambian, y es obvio intentar reconfigurar una industria con propuestas frescas. Pero que llamen a las cosas por su nombre: lo que hacemos hoy no es “emular la experiencia de lo que era antes escuchar un álbum”. Escuchar un disco como antes es “escuchar”, con todas las letras, a partir de ahí los otros cuatro sentidos aparecen y provocan un cóctel químico-psicológico entrecruzado que golpea el alma.
Por eso, más que añadir mierdas narrativas o arte visual, debemos averiguar lo que le gusta a la gente y funciona mejor en sus vidas: es tan simple como preguntarles que les gusta, y de paso darán respuesta a la industria de cómo hacer que la gente pague por música. El arte de preguntar, sí, parece sencillo pero es muy difícil.