¿Os acordáis de ese director llamado David Cronenberg que dejó para la historia extrañas y oscuras obras de ciencia ficción como The fly o Videodrome? Pues olvidadlo. El Cronenberg de A Dangerous Method tiene más sobriedad que el de A History of Violence, incluso podríamos calificar su trabajo como formal. Sin embargo, debajo de esas escenas casi teatrales coexisten la turbación, el morbo y la provocación. Tres de las sensaciones que mejor sabe provocar el director canadiense en el espectador. La diferencia aquí es que lo hace a través de las palabras.
Con un guión lleno de verborrea Cronenberg relata una historia de sexo y adicciones reprimidas a partir de la turbulenta relación entre el joven psiquiatra Carl Jung, su mentor Sigmund Freud y Sabina Spielrein. Cada dialogo de esta película es pura perversión. Las conversaciones entre los personajes o las cartas que se envían entre ellos, igual da, nos transportan a los lugares más inhóspitos de nuestro subconsciente. ¿Cuándo es el sexo una enfermedad? ¿Cuándo no es ético? ¿Es un instinto? ¿Una obligación? ¿Un placer? Los personajes caminan peligrosamente entre lo mundano y lo perverso. Para contrarrestar, Cronenberg, que parece que también se ha sometido a terapia, construye un metraje contenido y hosco, ni la oscura profundidad de su argumento hace que se tambaleen los cimientos del filme.
La lucidez de esta obra correría el peligro de convertirse en diarrea mental si no fuera por el inmenso talento de sus protagonistas. Michael Fassbender interpreta a un Jung sereno, responsable y profesional. Un monógamo reprimido cuyo arco tiene un final espeluznante. Fassbender, que es el actor del momento (Jane Eyre, o la esperadísima Shame), tiene un magnetismo capaz de igualar e incluso superar el inmenso carisma de Freud, interpretado por Viggo Mortensen. Pero a esta pareja de psicoanalistas le falta el otro vértice. Sabina Spielrein, primero paciente y luego psiquiatra, es el motivo del conflicto. Un conflicto sexual y profesional, terrenal para Freud y más místico para Jung. Pero igual de venenoso para su amistad. Keira Knightley le pone rostro a Spielrein. Con unas primeras escenas explosivas, donde el espectador será testigo de la impresionante capacidad de esta actriz, el personaje se va componiendo a lo largo del filme. Con un tempo maravilloso, la evolución de Jung y Spielrein a lo largo del metraje es una delicia de la que se tuvo que privar Mortensen. Su Freud es un personaje sensato e inesperadamente cuerdo.
El filme está repleto de sencillas escenas que contienen diálogos turbulentos. Frases donde se observan conflictos escondidos, egos y envidias. Pero el sexo, el tema principal del filme, (aunque no se vea, sino que más bien se hable) lo trae Vincent Cassel, que interpreta a un enfermo inquieto y libre que pervierte o libera (según se mire) a Jung. La muerte y el sexo a través de Freud y Jung. Un pantanoso tema del que Cronenberg no sólo ha salido airoso sino que se confirma como uno de los mejores autores de nuestro tiempo. ¡Ah! ¿Qué ya lo era antes? Perdón, pensaba que este Cronenberg era otro Cronenberg.