Hasta dejar de respirar vale dinero. Vivir con una deuda detrás que todo lo devora es complicado pero se puede, es indigno pero soportable (soportable hasta que uno deja de comer, entonces se vuelve insoportable, claro). Lo de morir es distinto. El que se queda busca incansable conseguir una muerte digna para el que se va. Pero si no hay dinero para vivir cómo lo va a haber para morir. Y cuando ese ser querido se va el panorama se vuelve negro, todavía más negro de lo que estaba, porque la tristeza se agarra a las entrañas. Y entre la pena, la deuda, la crisis y los pocos valores de esta sociedad putrefacta a uno del dan ganas de meterse en el ataúd.
El perverso experimento audiovisual que propone Giorgos Lanthimos removerá muchas mentes. Estamos acostumbrados a ver como los medios generalistas juegan y hacen de la muerte un espectáculo, un show que mueve mucho dinero. No nos importa, no nos impresiona, nos pilla lejos. Pero Lanthimos nos mira directamente a los ojos y nos reta de la forma más cruel posible. Las sensaciones que consigue el director están basadas en diálogos directos, imágenes pausadas y personajes extraños, todo realizado con lo mínimo, sin apenas recursos. No hay que olvidar que Alps es una producción griega.
Grecia es ese país del que se compadecen todos los ciudadanos europeos, ¿todos? No, los españoles no, estamos demasiado cerca de esa temida e incendiaria situación social. La cultura es uno de los ámbitos peor parados, siempre es así, y Lanthimos demuestra con su quinto filme como director que el talento, la originalidad y la perversión de una cabeza como la suya pueden suplir un presupuesto millonario.
Cuatro personajes principales con el nombre de cuatro montañas de los Alpes sustituyen a personas fallecidas a cambio de dinero. Una empresa cruel y terroríficamente creativa, ya se sabe, el hambre agudiza el ingenio. Que algo tan macabro ayude o no a los familiares que acaban de sufrir una pérdida es algo que se dibuja en cada plano, en cada silencio y en cada dialogo que hará reflexionar al espectador. El sentido del humor de Lanthimos es tan perverso que da vergüenza sonreír. Al lado de Familia, la opera prima de Fernando León de Aranoa, Alps es un chiste macabro y de mal gusto.
Jugar con la muerte de esta forma es provocativo y seductor. Pero el ritmo de Lanthimos es tan lento y las motivaciones de sus criaturas son tan confusas que difícilmente estamos ante una película redonda. El tono de voz robótico de los actores aletarga al espectador que no sabe o no entiende si es un ingrediente para causar controversia.
Con una atmósfera cruda y terrible muy parecida a la que Haneke creó en Funny Games, la protagonista de Alps se mueve entre la obsesión y la irremediable búsqueda de calor. Aris Servetalis interpreta a ese personaje central, un terrible monstruo rodeado de monstruos aun peores. Esta provocación hecha con celuloide está repleta de momentos grotescos pero también reside en ella demasiada paja. Merece la pena disfrutar la película y discutir sobre la original idea que propone el director griego, pero es posible que no te queden ganas para un segundo visionado.
★★★
por Pedro Moral