- ★★★★☆
- por Pedro Moral
- Visionamos, en twitter
En la hora más oscura todo puede cambiar. Cuando tocamos fondo tomamos decisiones aceleradas, a veces crueles, o eso o nos hundimos en la mierda para siempre. Ese momento de tensa tranquilidad, poco antes de que todo explote, puede ser un epílogo perfecto. Es en ese instante silencioso y triste donde se respalda la salvajada más asombrosa que he visto en años. Esta perturbadora fábula de sensaciones apocalípticas se titula Bellflower. Cuando hemos sido testigos de la brutalidad con la que se resuelve esta historia de amor envenenada, Evan Glodell nos ofrece ese maravilloso epílogo, reiterativo sí, pero tan hipnótico y melodramático que os empapará.
Bellflower comienza con un exordio de imágenes bastante chungas proyectadas al revés, esta angustiosa mutación cinematográfica nos introduce en el origen de una trágica historia de amor. Con un pulso tremendo Glodell narra el encuentro entre dos tipos obsesionados con Mad Max que se dedican a construir armas y tunear vehículos para dominar la carretera en caso de que haya hecatombe nuclear y dos chicas con las que cualquiera querría perderse.
Ellos son Woodrow y Adien, ellas Milly y Courtney. La historia de amor entre Woodrow y Milly es el centro neurálgico del filme. La manera en la que se conocen, se miran o se hablan contiene un tono absolutamente adictivo al que además hay que añadir una primera cita deliciosamente inusual y un sexo excesivamente tierno. El amor entre estos dos se va solidificando en una primera hora de película casi perfecta con un guión poderoso y sencillo, un montaje acelerado y sucio y unas actuaciones llenas de lucidez.
Visualmente la película resulta quizá excesiva. Es irremediable acordarse de Tony Scott y de los tonos amarillentos que utilizó en Domino aunque Glodell va un paso más allá en su obsesión por la estética vintage. Por momentos la película parece ser un conjunto de imágenes Instagram.
«¡Tú eres el jodido Señor Humungus! ¡El maestro del fuego! ¡El rey de la tierra baldía! El señor Humungus no se deja engañar por una puta estúpida.»
Para los que no conozcáis al Señor Humungos os pongo en antecedentes. Humungus es el antagonista de Mad Max 2. Es un ser con la cabeza quemada, musculoso y cuyo objetivo es gobernar los desiertos mediante la refinería de gasolina con la que alimenta a sus vehículos caseros. Además tiene preferencia por los hombres, a los que pone una cadena al cuello como si fueran su mascota. Muy retorcido. Tanto como el tercer acto de esta película que casi se le va de las manos al director.
Cuando el metraje cumple los 59 minutos todo empieza a corromperse.
El corazón de Woodrow está tan roto como lo estaba el de Edward Norton en Fight Club. Igual que en la película de Fincher, Bellflower utiliza la violencia como metáfora oscura ya no de una época sino de un apocalipsis sangriento y feroz. Un apocalipsis que nace y muere (o mata) en el interior de un hombre que ha sufrido un daño amoroso irrevocable. Quiero pensar que cuando éste se apunta con la pistola en la sien y dice: “se me ha adormecido la cabeza”, hay un vago homenaje a Paul Schrader, ese fulano que escribió Taxi Driver y que solía llevar un arma siempre consigo para satisfacer sus recurrentes ganas de suicidio.
A Glodell no se le ha ocurrido nada inocuo para ejemplificar la fragilidad masculina. Y me alegro porque este tipo nacido en Wisconsin y residente en California ha engendrado una obra de culto imperecedera que espero y deseo que se distribuya en nuestro país. Si no, la tenéis en Filmin por menos de dos euros.