El repaso de la historia de la música da respuestas a muchas preguntas que nunca se han lanzado al vacío o que nunca se han planteado más allá de un mero formalismo. Pero, ¿es mejor compartir un café solo para dos?
La mínima expresión de un colectivo es una pareja. No una familia, no un aula de alumnos, no una comunidad de vecinos. Dos personas son capaces de mantener una conversación sin aburrirse, de ver una película sin tener una sensación de soledad que les aplaste la garganta, incluso de darse placer físico, si se presta la ocasión. Sin embargo, en la historia del rock, el dúo se considera una formación poco usual, incluso minoritaria, aunque si miramos atrás, no son pocos los que han zarandeado los cimientos de la concepción musical del tiempo que les tocó vivir.
Así, las parejas más conocidas de los años 70 se caracterizaron por reivindicar el valor de la electrónica experimental. Sin dejar de lado el carácter punk propio de la época, grupos como Suicide, Neu! o Soft Cell sentaron las bases del ritmo machacón, repetitivo y bailable que luego popularizaron Joy Division o New Order en los años 80. Entonces ya se vieron las ventajas de este tipo de conjuntos, por un lado el alto grado de compenetración que podían alcanzar los músicos, que se explayaban en largos periodos instrumentales muy populares por esos años, por otro su carácter inestable e incontrolable, que convierte el producto en un objeto de culto a poco tiempo de su nacimiento.
Años después, los amantes de la música tienen la buena noticia de que incluso hay varias vertientes que han heredado este espíritu y lo han interpretado a su manera. La mayor parte de ellos, de hecho, se basan en recuperar estilos pasados y darles un impulso especial, pero sin perder la frescura de una formación poco convencional y dada a las tradiciones en el sentido específico de la palabra. Por un lado, tenemos la corriente del surf rock, que nació de las manos de gente como The Beach Boys. Artistas como Nathan Williams de Wavves, o Bethany Consentino de Best Coast han liderado esta recuperación en torno al fuzz y los ambientes oníricos, cuando no lisérgicos. El blues rock también ha vuelto a ser tema de actualidad gracias en parte a los maravillosos The Black Keys, en la estela de los inolvidables The White Stripes (formado por el ex-matrimonio de los White, aunque a algunos les pese y sigan llamándolos hermanos).
El folk es otro de los escenarios propicios para estos nombres, donde Two Gallants o The Dodos siguen dando que hablar en el día a día. Sobre todo este último grupo, que el año pasado publicó una verdadera oda al ritmo y al buen gusto con No Color. Pero el género más popular sigue siendo el que permite la convivencia entre el pop, el ruido, el punk, la melancolía y el ritmo. Japandroids son los mejores representantes de esta esencia inmortal, con una épica que hiela la sangre, aunque también hay otros buenos especímenes que hay que citar, como The Ting Tings, ya en la pista de baile, The Kills, con un aspecto más experimental, el ruidoso garage de No Age, Japanther (en la línea de Black Lips) y Bass Drum of Death, el brillo de los noventa de The Big Pink, el pop espacial de PS I Love You o el retiro espiritual de Beach House.
En la península también tenemos un par de tazas de azúcar. Siesta! han puesto en escena un ritmo gamberro como pocos, que nada tiene que envidiar al producto de importación. Los catalanes L’Hereu Scampa son capaces de gritar más que WU LYF, Sangre de Mono realizan una particular relectura del surf de la mano de la electrónica. De hecho, el electropop es el estilo con mayor popularidad en España, gracias a varios de sus importantes figuras: Chinese Christmas Cards y Pegasvs. En el ámbito del pop de autor, cercano al folk, cabría destacar también a La Familia del Árbol, con un directo embriagador en formato reducido.
por Carlos Naval
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