BIUTIFUL (Una Película de Alejandro González Iñárritu)
Artículo de Gonzalo Pérez
Las guías de viaje marca Lonely Planet pueblan las estanterías de los aspirantes (entre los que quizá me incluyo) a modernillos de pro. En ellas encontramos rutas por el París, el Berlín o la Barcelona estupenda para viajeros que se dignan de ver y ser vistos experimentando todo el mapa de sensaciones que proponen estas ciudades siempre a través de las pautas prefijadas por esa nueva biblia del viajero… Bendecido éste por su particular ruta por esos Lugares Santos ineludibles para todo aquel que quiera considerarse ciudadano del globo sin punto de partida fijo ni de llegada. Posiblemente el señor Iñárritu tenga muchas guías de ese estilo en su casa, y eso no quita para que Biutiful, su última película, nos proponga también un mapa de sensaciones sin ida ni retorno esta vez por la Barcelona más alejada de los tópicos del diseño, la moda, y la globalidad buen rollista mediterránea tan Lonely y muy Planet (a la que me adhiero) y de la mano de un personaje que se contrapone como pocos al que debiera ser el arquetípico barcelonés de Guía de diseño (ya se sabe; gafapasta, biciclista, modernillista, bebedor de ginebras imposibles y de cócteles exquisitos, devorador del mejor cine pretendidamente outsider entre ellos del de Iñárritu) para ceñirse a la cuadratura imperfecta de ese gran Mesías de la interpretación contemporánea que es Javier Bardem, posiblemente uno de los últimos animales escénicos que aún quedan en libertad, un ser ajeno a guías y a modas, un auténtico Minotauro que en esta película da vida a un padre desesperado por su propia falta de horizonte y que se golpea, escena tras otra, contra los barrotes que le ha impuesto un sitio en el mundo que no ha elegido y al que sin embargo no juzga y en el que, finalmente, se mueve dictando su particular sentido de la justicia arrastrando una enfermedad que le llega como una orden de desahucio inapelable, ante la que poco puede hacer salvo luchar por lo único que le queda; no ser olvidado.
La película de Iñárritu nos sumerge en un mapa de estados de ánimo por el cual nos moveremos con mayor o menor suerte en la medida en que; a) creamos que luchar por no ser olvidado realmente sirva de algo, b) nos pueda atraer esa momentánea incursión en la trastienda infernal de una Barcelona que pocos suelen ver (con talleres ilegales de Chinos hacinados en sótanos, vendedores de Top-Manta vapuleados por la Guardia Urbana en un plano y por los Mossos d’Esquadra en otro… e infraviviendas para sub-ciudadanos expulsados del paraíso del diseño buen rollito marca Bcn) c) la presencia de Javier Bardem sirva para tirar del carro de un elenco de infumables secundarios (hecha la salvedad de los niños) propios de una serie de canal TDT búlgaro y de unos diálogos que parecen escritos a ratos (insisto; A Ratos) por un pijo de provincias de escuela de cine metido a cineasta de relatos desesperados. A mi juicio, Biutiful nace y renace en Bardem… y muere en un reparto en el que podemos reseñar a algo parecido a una aspirante a actriz grapada por azar de gremio al papel de madre disfuncional, un grupo de chinos apaleados bastante dignos en su sufrir y un Eduard Fernández que lleva vendiéndonos el mismo traje halitoso y sudoriento los últimos diez años. Hechos todos estos apuntes incidiré en la idea base de artículo; Biutiful es un mapa doliente, la historia del último viaje de un Ulises postmoderno o de un Jesucristo justiciero y calorro (me da igual) que conmueve en su totalidad pero que a ratos mosquea en su pretendida búsqueda de quererse estupenda, marginal, de sentirse siempre metáfora de lo trascendente a través de lo mundano y en la que, afortunadamente, consigue alzarse Bardem como único redentor de sí mismo y de la búsqueda que propone esta historia. Búsqueda fallida por una razón que se me pasa por la cabeza; posiblemente lo que le falte a Biutiful es ser en sí, y no sólo en esencia, un Western al uso.
Pd: Pero claro; estaríamos hablando de Sin Perdón…
