En un 3 de julio como hoy, hace 40 años, yacía el cuerpo sin vida de Jim Morrison en una bañera del que fue su último hogar, el número 17 de la rue de Beautreillis de París. Una muerte que ha generado decenas de teorías conspirativas y ha rodeado de misticismo la imagen del que fue el líder de The Doors, del rock psicodélico y de toda una generación sedienta de la libertad que este representaba.
Desde que Jim era un niño, pasajes de su vida han ido alimentando el mito. Según él relataba, viajando con sus padres cuando no era más que un crío, presenció un accidente en el que un indio había fallecido, y el alma de este entró en su cuerpo para nunca abandonarlo. Esta imagen chamánica de Morrison se vio reforzada a lo largo de los años, con el uso de drogas como el LSD o el peyote, las danzas rituales en sus conciertos y varias de sus canciones y poesías. La imagen excéntrica y misteriosa del cantante ocultaba a un joven tímido que comenzó a estudiar cine en la UCLA y a los 21 años formó la banda The Doors junto a Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore, banda que marcaría la diferencia entre el Rock n´ Roll y el Rock, con sus temas políticos, la salvaje y ahora tópica vida de la estrella de rock y el ambiente más oscuro y agresivo de su música. Si bien Morrison siempre deseó ser un poeta, la música le sirvió de vehículo para dar a conocer sus poesías al resto del mundo y liderar la generación decadente y maldita del rock de los años 60.
Con su imagen dionisiaca y provocadora, destacó sobre los demás artistas de su época. Una mente atormentada que se burlaba con sorna y malicia del movimiento hippie de la época, a veces directamente, otras con su actitud transgresora e irreverente, viajando con su música y su poesía a un plano superior y trascendental, siempre ayudado de sus inseparables sustancias alucinógenas. Artistas que ahora son míticos como Mick Jagger, admiraban la figura de Morrison, lo cual no podía carecer más de importancia para el gran Lizard King.
A día de hoy su influencia se percibe en infinidad de grupos y músicos, desde Josh Homme hasta Bunbury. Su tumba en el parisino cementerio del Père-Lachaise es punto de encuentro de cientos de seguidores y turistas que se reúnen allí para cantar, recitar poesías y rendir tributo al poeta por excelencia del Rock.
La leyenda nunca muere, siempre se expande; y ese misticismo que antaño rodeaba al Rock y hoy se ha perdido, es la chispa que prende en nuestra mente el interés y la pasión por esta música. Así que hoy “cabalguemos la serpiente” y recordemos que poeta, músico, chamán o dios griego, su memoria siempre permanecerá intacta.
J. Roa