No fueron unos Beatles, Stones, Who, Led Zeppelin…ni tan siquiera tienen los suficientes discos como para llamarse una de las grandes bandas de la historia de la música aunque, ¿quién ha dicho que la calidad se mide por el número de discos? Sex Pistols lleva mamando treinta años de la música que hizo con su primer y único disco en 1977. The Sonics es de esas bandas cuyo valor se mide por la producción de convulsiones en el cuerpo humano, por los campos electromagnéticos que fabrican sus bombas sónicas de esa escena sonora que incendiaron en la costa oeste de Estados Unidos cuyos efectos llegan a nuestros días. Los únicos que me han provocado esa revolución en la cabeza, ese napalm inextinguible extendiéndose por cada nervio de mi cuerpo, la sensación de estar ante algo que desarticula los parámetros existenciales e invita empezar a aporrear todo como un antidisturbio. Sonidos bastos, desgarradores, ásperos, escabrosos, crudos, con letras perturbadoras propios del movimiento garage-rock de principios y mediados de los sesenta en la costa oeste: bandas como The Kingsmen (Louie, Louie) y The Wailers (no confundir con los de Bob Marley).
Neandertales del punk, un primerizo protopunk, más bien un rock garajero aceitoso y combustiblemente fullero. Himnos como Have Love Will Travel (original de Richard Berry), Strychnine, Psycho, The Witch, The Hustler, Boss Hoss…cañonazos de rebeldes californianos de los sesenta que fardaban de su viejo Ford Galaxie a la salida del diner. Y lo mejor de todo, piezas grabadas a un solo micrófono, y a pesar de ello, se puede oír la batería como una metralleta en Normandía (el sonido de batería favorito de Kurt Cobain), la enriscada voz de Gerry Roslie, como levantan polvo con las cuerdas Andy y Larry Parypa y los balazos de saxo de Rob Lind.
Unos tíos salvajemente grandes cuya figura se engrandece por la poca duración del grupo: no llegó a cinco años. He ahí la esencia de su secreta mitificación. Volvieron hace unos años (2008), Brooklyn, Primavera Sound, Azkena Rock, Madrid…ya no eran un bombazo de fuego en un tugurio de la costa este, pero la llamarada que reventaron es su desquiciada herencia de torbellinos punk y garajeros que vinieron después. El napalm nunca se apaga.