Es algo conocido entre productores y artistas el término “Guerra del volumen” (derivado del término inglés “Loudness War”). Quizás para el público general sea un fenómeno menos conocido y, sin embargo, algo que todos podemos percibir. Se trata de uno de los debates más recurrentes entre los profesionales del sector, pero algo que todos deberíamos, por lo menos, conocer.
Entonces, ¿qué es esto de la guerra del volumen?
A partir de los años noventa, el volumen de las canciones se vio dramáticamente incrementado. Esto parte de la concepción de que cuanto más fuerte se escuche una canción, con mayor facilidad el oyente la retendrá. Y no le falta razón a esa afirmación. Por lo tanto, las emisoras de radio comenzaron a comprimir las canciones que les llegaban de las distintas discográficas para que cada vez tuvieran un mayor volumen, así que los productores comenzaron a hacerlo de antemano.
Un momento, un momento, ¿a qué te refieres con comprimir?
La compresión es un efecto al que se acude habitualmente en el proceso de grabación. La cualidad de este efecto es, explicado de una manera burda y sencilla, hacer que el volumen sea más alto. Para entenderlo mejor, veamos una imagen de una onda de sonido:

La onda se visualiza así al grabar un sonido y, como es lógico, tenemos partes más fuertes y partes más débiles. En el mundo natural todo sonido tiene fluctuaciones de volumen. En la imagen superior podéis ver los picos más altos, que representan los golpes más fuertes, y cómo estos van bajando según disminuye el volumen. En el medio tenemos el volumen rms, que sería el volumen medio que tiene el tema. Bien, la diferencia entre esos picos y el cuerpo central crea las diferentes dinámicas e intensidades de una canción, como una parte suave desemboca en una más fuerte y viceversa; la vida de la música, al fin y al cabo.

Ahora que tenemos el concepto algo más claro, retomemos la compresión. Esta útil y fácilmente abusada herramienta acorta la diferencia entre los picos y el cuerpo, haciendo que el conjunto suene más fuerte, sacrificando la dinámica y el espacio sonoro en el que se desenvuelven los instrumentos. Mejor escuchar un ejemplo para entenderlo bien:
La mayoría de la #músicaelectrónica comercial se encuentra ultra-saturada, así como muchos temas del rock y el pop actual, dando una mayor impresión al escucharlo por primera vez, pero llegando a unos niveles desorbitados de deterioro sonora (Skrillex, por poner un ejemplo) y generando una mayor fatiga auditiva; ¿qué merece más la pena, que te escuchen una vez o que te quieran volver a escuchar?
El problema no es sólo de productores, sellos y radios, también lo es del músico que quiere sonar más fuerte que el anterior y, en una cadena auto-destructiva, el ciclo continuará haciendo que las dos únicas víctimas sigan siendo las mismas: la música y el oyente.