Sundance, Cannes, Spirit Awards, Choice Awards… ni uno de los lugares predilectos para todo aquel director independiente que opte al etéreo éxito de los premios ha ignorado Martha Marcy May Marlene. La producción comparte características con casi todas las películas prediseñadas de bajo presupuesto que se estrenan al año en Estados Unidos: buenos actores, un guión soberbio y una cámara esquiva que recoge historias perturbadoras para golpear al espectador sin necesidad de invertir millonadas. En su ópera prima Sean Durkin retrata a la sociedad americana con tintes abusivos y algo previsibles, pero lo solventa añadiendo a la narración una incesante tensión que dota a este drama costumbrista de un carácter inédito.
Con una oscura lentitud los personajes de Sean Durkin se retuercen entre las esquinas de un extraño guión que parece haber sido escrito en estado febril. Una protagonista con tres nombres distintos huye de un lugar taciturno plagado de hombres y mujeres que comen por turnos. La ansiedad le empuja hacia la clase media-alta, el estilo de vida de una hermana a la que le encanta compadecerse de sí misma. Allí, en el calor del hogar impostado, Elizabeth Olsen es Martha, pero una telaraña de recuerdos irá construyendo en su cabeza y en la del ignorante espectador el lugar del que huye donde en otro tiempo se llamó Marcy May. Una granja donde acuden almas perdidas, en su mayoría jóvenes problemáticas, que escapan de la vida para poder existir. Lo que parece un idílico lugar donde se ha parado el tiempo se confunde paulatinamente y gracias a unos flashback cortantes con un infierno prematuro.
Para nuestros ojos esto es sólo un recurso cinematográfico que aporta información y en este caso una perturbadora intriga. Pero para Martha es solo una pesadilla que empieza a enredarse con la realidad. La angustiosa sensación de que el pasado le persigue incansable se reduce en desequilibrios mentales que desorientan su capacidad de definirse como individuo. Drukin utiliza inquietantes escenas al estilo Polanski para presentarnos a Marcy May, el nombre con el que bautizaron a Martha en aquella oscura esquina del recuerdo.
La pequeña de las Olsen tiene un talento excepcional para ofrecer una mirada perdida que ya es historia. Desconcertante, retadora y frágil la actriz ofrece la actuación que la llevará si no al éxito, al dulce momento de tocar techo, ojala que no lo toque nunca y siga superándose. En Luces Rojas su papel era estúpido, en Martha Marcy May Marlene es casi legendario, al menos dentro de la mitología que envuelve el circuito del cine independiente americano. Su personaje de Marcy May es empujado hasta el precipicio de lo aguantable por un ser podrido, el líder de la insalubre secta que contamina quizá para siempre la mente de Martha, o Marcy May, o Marlene.
Ese personaje tan tóxico está interpretado por el venoso cuerpo de John Hawkes, un actor de mirada venenosa, rostro cadavérico y figura extremadamente delgada. Su papel agarra a la mano del diablo. Violento, paciente, manipulador y sibilino. Un líder oscuro que se aprovecha da las almas enfermas y maltratadas ofreciéndolas un falso cielo. Algo así como el político que chupa la sangre en beneficio propio o como el líder religioso que ayuda a dicho político entumeciendo las mentes débiles para servir sus almas en bandeja de plata. Todo en uno, solo que no basta con almas, también son necesarios los cuerpos y en lo carnal todo se vuelve más sórdido.
Hawkes escupe reflexiones sobre la bondad de la muerte y el miedo para esculpir un personaje con piel de cordero, lo contrario a ese superviviente que interpretó en la sobrevalorada Winter’s Bone. El filme independiente que arrasó en 2010 sorprendió tanto como este año Martha Marcy May Marlene, sin embargo la película de Debra Granik es mucho más aburrida y mucho menos espontánea.
★★★★☆
por Pedro Moral
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