Las enfermedades terminales son un tema escabroso para el cine. Algunos directores han abordado estas tramas con sobriedad, sin inflar la película de artificios cursis y melodramáticos. Como resultado se han obtenido dramas memorables como por ejemplo Mi vida sin mí, de nuestra querida Isabel Coixet, donde la realizadora disecciona cada sentimiento de la protagonista de una manera brutal y honesta. Ocurre todo lo contrario cuando se recurre al maniqueísmo facilón en busca de la lagrimita, y si no que pregunten a Rob Reiner, que tuvo el valor de rodar esa cursilería llamada The Bucket List. Jack Nicholson, Morgan Freeman no deberían perdonarse haber participado en ese exasperante ejercicio cinematográfico peligrosamente cercano al telefilme.
A Gus Van Sant le faltaba un marco de este tipo para sus retratos de jóvenes excéntricos y problemáticos. Ha tocado la homosexualidad con Bad Night, las drogas con Drugstore Cowboy e incluso la prostitución con un soberbio (y mitificado) River Phoenix interpretando a aquel inolvidable chapero narcolépsico en My Own Private Idaho. Tras su exitosa incursión en Hollywood con Milk el autor indie estadounidense por excelencia estrena Restless, un remilgado romance entre dos jóvenes muy peculiares que nace cuando ella se está enfrentando a un cáncer muy agresivo. Un drama con el que Van Sant regresa a su lenguaje más lírico.
Restless no es una película tremendista y está muy lejos de asemejarse al telefilme, aunque muchos así lo quieran ver. El realizador ha pasado por alto el sentimentalismo tratando la espera hacia lo inevitable con seriedad y poesía.
Enoch (Henry Hopper) entra en el top de los personajes más “raretes” de Gus Van Sant. Primero, porque tiene la costumbre de colarse en entierros ajenos y segundo, porque le suele acompañar un espectro de un kamikaze japonés de la II Guerra Mundial (un exceso creativo que resulta bastante enriquecedor). El personaje de Hopper pasa de mostrar un carácter inusual a ser un adolescente común, una proeza para el actor.
En uno de esos funerales en los que se cuela conoce a Annie, la enferma terminal la interpreta Mia Wasikowska (que ahora hace doblete en la cartelera con Jane Eyre). La actriz aporta mucha dulzura al personaje, que recuerda a Annie Hall vistiendo y que vive obsesionada con Darwin y los pájaros acuáticos.
Los adolescentes que suele retratar Van Sant siempre son raritos, no nos vamos a escandalizar ahora, el problema en esta película es el tratamiento de la enfermedad. Los protagonistas la afrontan de una forma tan fría que pueden resultar o demasiado maduros o bobos e inconscientes. En Restless se ignoran por completo las consecuencias del cáncer, tanto físicas, como psicológicas. No es necesario un documental, pero si se agradecerían un par de escenas que muestren dolor y miedo.
El director se centra en la historia de amor y en las mejores escenas del filme envuelve el romance con un lirismo crepuscular y depresivo. Van Sant da en el calvo recurriendo a Halloween como celebración del amor y la muerte.
Una de las delicias de Restless es su banda sonora, que firma Danny Elfman, habitual de Tim Burton. Con melodías oscuras y góticas envuelve a la pareja protagonista resaltando la agonía de saber cuánto falta para el fin. Aparte, un buen puñado de canciones sensibles muy del gusto del realizador adornan el metraje, temas de Sia, Nico o Velvet Underground.
Con un final que roza peligrosamente la cursilería, Gus Van Sant cierra su personal homenaje a su amigo Dennis Hopper. No es la mejor película del director americano pero tampoco es un ejercicio vacío. Muy recomendable para personas altamente sensibles.