EL ELEFANTE ESTÁ BORRACHO | por Dani García
¿Os acordáis cuando Dumbo se la pilló doblada? “Picos” de surrealismo semanales
Como Kurt Cobain se reventó los sesos cuando un estilo alternativo como el grunge (Nirvana, Soundgarden, Alice in Chains…) cayó en la ciénaga del mainstream (Nickelback, Audioslave, Creed), como esa tendencia general era Pastelerías Mallorca (The Cranberries, Alanis Morissette, Natalie Imbruglia…), como el punk se empezó a hacer en la casita de Barbie (Green Day, Blink 182, Sum 41…), como el britpop era un movimiento apostólico y no mesiánico, y como el rock era más pop que rock (Pavement, Weezer, Phoenix…), es decir, la década de los noventa, la aparición de The Strokes en 2001 con Is This It bajo el brazo ha sido bautizada como divina. La dictadura impuesta por el mainstream en los ’90 favoreció a Strokes con la deidad de ‘Salvadores del Rock’. Es irrefutable la calidad de Is This It, uno de los mejores ‘largos’ de la pasada década; musicalmente supuso un golpe sobre la mesa ante lo anteriormente diseccionado, socialmente revolucionó los jugos gástricos de una generación de jóvenes, pero no voy a entrar en una cronología de consecuencias porque los trompazos no tendrán fin. Como describí la semana pasada lo que son mis erecciones musicales, The Strokes me pone palote (musicalmente).
No se si es la primavera o que estoy menstruando. Hoy no hay trompa asesina y eso que hordas de peticiones están formando una cola del INEM para que @elefancracia se pronuncie sobre las últimas declaraciones de Coldplay: “nos arrepentimos del nombre del último álbum” (Mylo Xyloto). Quien se auto-fustigue con la neurosis de esta columna cada jueves puede poner las palabras al silencio que mantengo. De todas maneras ser mujer en este país hoy es muy mainstream ya que en el año 2012 todavía se habla en su Congreso de los Diputados de “liberalización de la mujer”. Toda mujer debe callar, parir y votar al PP, de lo contrario sería muy indie, es la versión de algunos. Pero yo hoy buscaba vibraciones positivas y parece que disfruto sufriendo para demostrar trompadas de felicidad. Recupero las citas fanáticas de un artículo que escribí sobre The Strokes hace un año con la salida de su último disco porque son los únicos a los que no puedo ser infiel, los únicos a los que mi inquieta trompa no se pasa por la piedra.
Cuanto más queridos, más odiados. “In many ways, they’ll miss the good old days / Someday, someday / Yeah, it hurts to say, but I want you to stay / Sometimes, sometimes”, dicen en Someday. Echan/Echamos de menos aquellos días, la nostalgia de ese disco nos carcome porque dio los mejores himnos, pero el punto de partida de las críticas a Strokes siempre es el mismo, la repiqueteada comparación con Is This It. No habrá otro como él, ya está, en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, alabados sean los mesías. Críticas que viven de las rentas comparativas de un disco de hace más de una década: si Strokes no ha hecho algo mejor que Is This It, algo falla en esos Moisés que intentan quemar la estatua de oro cuando diez años después siguen siendo idolatrados. Que si Room On Fire no estaba a la altura, claro, comparado con Is This It no, pero es lo que tiene la evolución musical, que explora otras áreas, en el segundo álbum los neoyorquinos nos ofrecieron melodías más compactas. Que si First Impressions Of Earth se descolgaba de su sonido nativo, pero se animaban a no quedarse encasillados en guitarras afiladas. Que si Angles es, directamente, una mierda de caballo, pero se meten en otra aventura armónica con puntuales desaires, eso sí.
Del elemento más simple se olvidan esos ególatras del Antiguo Testamento de la música cuando queman el triunfo de los neoyorquinos: una personalidad definida. Métele mano al sonido de Casablancas y compañía y, obviamente, agarrarás influencias, es un hecho. No han inventado nada nuevo ya que forman parte de la ola de resurrección del garage-rock setentero con aquellas referencias de las que hablaban a The Velvet Underground en Is This It, así como el rebrote de la escena underground de Gotham. Pero a ese sonido no se le puede usurpar la identidad, por mucho que alguien intente violarlo con abrasivas comparaciones, cuando escuchas Strokes sabes que es Strokes, lo sabes. Cuando se juntan hacen magia. No es la ebria confusión de preguntarte de quién es una canción de morralla cuando oyes una banda británica de post-punk o los proyectos indies de Williamsburg. Ellos han contribuido a esa personalidad propia con su naturaleza de buenos músicos teniendo la ambiciosa inquietud de irse cada uno por su cuenta a montar sus proyectos unos con pena y otros con gloria (valiéndose mediáticamente del nombre Strokes) y explotando su pose, la de “pasotas”.
La expectación de nivel mesiánico ha situado a Strokes en la polarizada tesitura de lo que es un gran becerro de oro cada vez que lanza una grabación: o la amas o la quemas. Adoración e indiferencia, con veneración y guillotina, con éxtasis y desdén. La anemia de término medio denota un profundo estudio de cómo la actividad emocional es la base de la escritura de una crítica musical: el totemismo de los que son (somos) hooligans de Strokes, mientras que el ateísmo de los que asquean la bola “fan-mediática” que han sostenido los neoyorquinos desde la revolución del álbum debut. Pero precisamente esa polaridad de sentimientos ya les está haciendo una de las mejores bandas de este siglo.
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