Hubo un día en que Coco Chanel razonó: «No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase». Entonces parece que estuviese ejerciendo de visionaria mientras dibujaba a Annie Clark, aun quedando más de una década para que la joven estadounidense viese la luz de este mundo que tanto precisaba su llegada.
Annie Erin Clark es el nombre que esconde St. Vincent, cantautora y multiinstrumentista desde 2003. Un pseudónimo que hace honor al Saint Vincent’s Catholic Medical Center, lugar donde falleció el poeta galés Dylan Thomas y que ella justifica definiéndose a sí misma como “el lugar donde los poetas van a morir”. Si hablamos de música, esto se hace más que suficiente para generar un enigma que comenzaría a revelarse en 2006 con su EP ‘Paris Is Burning’.
Dueña de trabajos que han llevado a compararla con David Bowie o Kate Bush, St. Vincent ha venido avanzando sujeta a una experimentación que se mantiene intacta, desde su imagen hasta el resultado final de una canción. No rompió su esencia el hecho de ser telonera de The National, Arcade Fire o Television y tampoco lo ha sido alcanzar el éxito mundial con trabajos como ‘Love This Giant’ (4AD / Todo el Mundo, 2012), que sacó adelante junto a David Byrne, o ‘St. Vincent’ (Loma Vista/ Republic Records, 2014), donde deja más que patente quién es y a qué ha venido.
Al contrario que ocurre con muchas artistas femeninas, rendidas a los pies de la moda instantánea como mediante clonación, Annie Clark ha sabido mantener en su estilo la naturaleza de una mujer transparente, de piel diáfana y mirada sólida.
Su melena rizada es ya un símbolo de identidad al que ha sabido sacarle partido sin adornos grandilocuentes e ignorando cualquier estereotipo que alguien le propusiese respetar. Pasó de moreno a rubio, del rubio platino a un degradado lila y después vuelta al inmaculado antónimo de su raíz. Hace lo que le viene en gana, pero lo hace bien. Sabe convertir cada uno de sus pasos en una huella firme de personalidad y eso es algo que queda muy lejos del triste concepto de «fashion victim». No hace falta ir más allá del blanco y negro para dar fe de su saber estar. No hace falta vomitar sobre el escenario, protagonizar una campaña de H&M, jugar con la sexualidad, ni poner a la venta tu último álbum al precio de una libra.
[TS-VCSC-Lightbox-Gallery content_images=»55289,55290,55291″ content_images_titles=»Su andadura comenzó luciendo una melena morena. ,En plena gira con David Byrne tiñó su pelo de rubio.,Apostar por colores inusuales no es ningún miedo para ella.,» content_style=»grid» data_grid_breaks=»240,480,720,960″ data_grid_space=»2″ data_grid_order=»false» lightbox_pageload=»false» thumbnail_position=»bottom» thumbnail_height=»100″ lightbox_effect=»random» lightbox_autoplay=»false» lightbox_speed=»5000″ lightbox_backlight=»auto» lightbox_backlight_color=»#ffffff» lightbox_social=»true» margin_top=»0″ margin_bottom=»20″][/TS-VCSC-Lightbox-Gallery]
Jugando con todo tipo de indumentaria, St. Vincent ha venido dictando sus normas a lo largo de los años y con la rotundidad de su último trabajo vuelve a repetir. La estadounidense ha sido capaz de elevarse a la categoría de musa con poca más parafernalia que una sombra de ojos azul e indumentaria espontánea con la que gira desnudando un álbum homónimo que define su ser en cada canción. Es por eso que nada hay que reprochar si lo que al fin queda es un resultado capaz de reflejar el poder de presencia que se genera cuando hay mimo en la música.
Se ruega a Lady Gaga, Lana del Rey, Rihanna y Lily Allen se pongan de rodillas y comiencen a aplaudir, por favor: