EL ELEFANTE ESTÁ BORRACHO | por Dani García
¿Os acordáis cuando Dumbo se la pilló doblada? “Picos” de surrealismo semanales
Cuando al ser humano le invade un sentimiento de fragilidad y está horrorizado a quedar inundado por esa sensación, mediante un mecanismo de defensa innato recurre a algo superior para pedir ayuda, a Dios, es decir, a una religión que se aprovecha de la inseguridad del hombre en sí mismo y le dice: “no te preocupes, estamos aquí”. Es lo mas fácil, ¿no? Incluso yo mismo lo he podido hacer varias veces, no soy un jodido superhombre de los huevos que sigue la palabra de Nietzsche a rajatabla. Y cuando no recurrimos a ese dios invisible/fuerza mayor, que el 99% lo hacemos aunque sea con nuestro inconsciente, tenemos los pequeños dioses que la maquinaria del capitalismo ha creado. Por un lado, tal como el sistema nos ha hecho tenemos miedo, por otro, por ser seres humanos somos naturalmente vulnerables. Y, por eso, aún más en los tiempos de revolución comunicacional que vivimos, un poder superior de infinitos brazos llamado marketing se aprovecha de nuestra vulnerabilidad y nuestro miedo para vendernos pequeños dioses que anulen nuestro pensamiento crítico. Uno de esos pequeños dioses es Coldplay.
Pude haber machacado a otro de nuestros dioses diarios, todos los que nos hacen dependientes y, por lo tanto, eliminan el preciado don del individualismo…Pero no, me tocó acribillar a Coldplay, quizá porque me dio por ahí o quizá porque me resultaba evidente la ceguera ante la magnificencia del producto consumido que anulaba todo pensamiento crítico sobre lo que es en realidad la banda británica. Al igual que otros productos de masas, la música de grandes públicos no ocurre porque sí. Somos individuos estudiados al milímetro desde unas oficinas, las galletas dinosaurio no gustan tanto por un golpe de suerte de un cocinero que se le cayó un poquito más de azúcar en la masa. Me parece fenomenal esa inocencia/desconocimiento de los fans (a veces es más sano no anclarse en el escepticismo), pero se ha instaurado una creencia general de que “la música es arte, el arte es crear y no entiende de marketing y demás pollas”. El arte es subjetivo, sí, no puedo estar más de acuerdo en esa afirmación como un participante y creyente del arte, pero la música de masas no es arte, Coldplay no es arte. Porque el señor huevos de oro de la discográfica multinacional no va a invertir pasta en unos tíos porque confía en “a ver que les sale”: les coge, estudia una franja del mercado, les moldea, les crea la imagen, los mete en ese mercado, capta a las audiencias, las fideliza, las explota y, en un último nivel supremo, les hace un dios.
Este dios es uno de los mejores jamás creados. Una sobresaliente obra de marketing que produce hordas de dólares pero, lo más importante, un aspecto con el que cualquier marketer se hace una paja pensando en ello: crea una fidelización ultra. Me recuerda mucho a otra exquisita obra de arte comunicacional sobre la masa que se llevó a cabo en un país europeo entre 1933 y 1945, y cuando hablo de exquisito me refiero a un análisis de marketing puro y duro sin analizar el componente despiadado e inhumano ni comparando ese aspecto con el actual que estamos tratando. Esta fidelización ultra se basa en algo tan simple como apelar a los sentimientos, la música de Coldplay va directa a dar cobijo a nuestras deficiencias, miedos y fragilidades sentimentales, está hecha con ese único objetivo y ello oculta prácticamente en su totalidad los defectos artísticos de su propia música que ya enumeré en la primera parte de esta columna.
Que esto sea así no me crea ningún problema personal con Coldplay y el fan de Coldplay, es más, puedo reiterar el gran trabajo que hay detrás de la imagen de marca de la banda. Y desde luego no soy quien para gobernar las vidas de la personas, como seres humanos que somos tenemos sentimientos y cada uno elige agarrase a lo que le venden, porque como ya he dicho no soy el jodido superhombre de Nietzsche quedando libre de pecado de consumir algún dios. Ahora bien, mi función como periodista es crear pensamiento crítico en los lectores, por muy difícil que sea enseñarlo, y el dios “Coldplay” está alcanzando unos límites fanáticos extremistas que obnubilan la percepción de lo que el ser humano llama realidad. Ya no es solo ese tono evangelizador agotador con la voz de Chris Martin dando abracitos de golosina a todos, ni sus temas sónicamente repetitivos que es cuestión de hacer un ejercicio superficial de escucha para percibir que son todos iguales, sino el punto en que cruzan la línea de que su obra de marketing tenga toda la prensa debajo del brazo (buenas crónicas las del concierto de Madrid del domingo) y ellos mismos se crean con la superioridad de versionar a Beastie Boys porque “son Coldplay” cargándose la canción y atentando contra otra comunidad de fans.
A partir de aquí, cada uno va coger el titular que le salga de los huevos/ovarios en este texto, hagan juego y vean. Porque que nos desnuden sentimentalmente nos jode mucho, nos jode ser vulnerables, nos jode la verdad, y necesitamos taparlo. Todos. Afortunadamente o desafortunadamente el día a día nos da esos parches.
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