Bienvenidos a una nueva era. Este nuevo capítulo histórico en el que se nos dice que la tecnología lo democratiza, lo converge y lo expande todo. Pues yo no creo que Twister sea una luz mesiánica, o Facebook o la siguiente virguería digital que aparezca de algún garaje en Silicon Valley. Creo firmemente que ante todo eso se encuentra el potencial creativo y la astucia humana. Desde luego son enormes herramientas de infinitas posibilidades, pero no por ello hemos de caer en la veneración que muchos profesan hacia estas plataformas y modelos. Lo importante eres tu, como persona, lo demás son añadidos. Sería ilógico caer en el afán de encumbrar un sistema mecánico, al igual que hicimos con la víctima de hoy, la industria discográfica.
Está de moda criticar a la gran corporación y al poder, en cualquier sector, tan de moda como que la defensa frente a estas críticas sea la conformista argumentación esputada de modo automático con un encolerizado: “demagogia”. Si se desconfía de ellos, quizás sea que han hecho algo mal. Llegaron, se asentaron y la marca de sus nalgas es tan profunda en su trono que es imposible arrancarlos de allí; pues fácil, se saca el trono a la calle y listo. Nos han hecho creer que este es el régimen natural, cuando sabemos de sobra que no es así.
Esta industria, la que nos ocupa, no ha estado siempre. Hace ochenta años nadie grababa discos, la música era un elemento vivo cambiante, movible, hecha por nómadas dueños únicos de su creación. Nace la tecnología, nace el negocio. Un negocio del que se ha apoderado esta vomitiva maquinaria que estruja al artista y se aprovecha de él y su desconocimiento. No es lógico que de todo el beneficio extraído de la venta de un álbum, el músico solo reciba entre el 3 y el 10% el más afortunado, que una discográfica obtenga los derechos de un artista por encima de él, tejemanejes oscurantistas a los que damos la espalda porque, oye, al fin y al cabo a mí me llegan los discos a la tienda. Estamos entreabriendo los ojos, abrámoslos del todo.
Y desde la creación del formato, este se torna necesario, si no hay un disco no existe el músico, subsistimos de esas piezas, por otro lado inestimables fuentes artísticas. Pero no son todo, y menos cuando cada vez más lo que escuchamos en un álbum ni siquiera es real. Recuerdo ver en el documental de Sound City de Dave Grohl al mítico John Fogerty de Creedance Clearwater Revival decir: “oí a un chaval decir: ya no hace falta practicar, simplemente lo troceas en el ordenador y acaba siendo perfecto”. Una frase que no solo me da escalofríos y me revuelve el estomago, si no que evidencia a la perfección lo que está mal en el mundo musical y, sin embargo, ofrece un estímulo real ante este mismo problema. La gente obviamente vende muchos menos discos y yo, sin lugar a dudas, me alegro. Porque ya no vale vender más o publicitarse masivamente, ahora un grupo de verdad tiene que demostrar su calidad en el directo; volviendo a las raíces. El que demuestra ese talento a la cara merece y, estadísticamente, sigue vendiendo álbumes, porque aun hay músicos que se forran con esto, no cualquier niñata con auto-tunes berreando sobre las ganas que tiene de que sea viernes.
Por ello, para las compañías es un riesgo un grupo nuevo, no es una inversión segura ni por asomo, por lo que, en una mímica perfecta y vetusta de fábrica textil del siglo XIX, introducen al ingenuo artista en la cinta transportadora y en cadena se les moldea según la plantilla, con un stock de artistas idénticos que, estos sí, triunfan. Porque todo son estudios de mercado, productividad, beneficio y rendimiento. ¿Y me van a decir que esto es música? No, esto es repulsivo.
Pero la crítica es fácil y la guillotina afilada, por eso es hora de ofrecer alternativas, que las hay. No es un repudio a las compañías discográficas de manera generalizada, la oligarquía de unas pocas y su crisis hace brotar otras más pequeñas que sí se saben adaptar. Las tenemos aquí como Aloudmusic y las hay internacionales como Matador, tenemos el talento necesario y los utensilios para expresarlo. Dejemos que ellos sucumban y sobre su fracaso lograremos construir nuestra victoria.