Si no cualquiera puede ser médico, ¿por qué cualquiera puede ser periodista? Resulta inconcebible que no se requiera una preparación adecuada para uno de los engranajes más trascendentales de nuestra sociedad: la comunicación. Pero claro, cuando al público no le interesa esa profundidad, el baremo se relaja y cualquier mequetrefe con mucho descaro y poco que decir puede hacer acto de presencia, armarse con la máscara de “informador” y engañarnos a todos sin vergüenza alguna. Que nuestra prensa se vea infiltrada por embaucadores y farsantes es culpa nuestra y solo nuestra.
La indecencia creciente en el cuarto poder empuja nuestra credibilidad a un precipicio insalvable y ya es hora de que vayamos poniendo remedio a la putrefacción que se amontona en cada rincón de las denostadas redacciones que nos informan. Es una enfermedad que sucede en cada uno de los sectores de la profesión, en unos de una manera más preocupante que en otras y, desde luego, en unos con unas repercusiones mucho más graves por encima de cualquier otro. Pero en la música y la cultura general adquiere una dimensión distinta, en la que no solo se ve el receptor afectado por una información de dudosa calidad, si no que tergiversa las responsabilidades y deberes del susodicho “profesional”.
Criticar un álbum no es para alardear de dotes narrativas; una crónica es para analizar un evento de manera cuidada, no para vomitar la resaca de una noche de fiesta; y así podría ir sección a sección. El periodista se encuentra frente al acto, lo interpreta y posibilita la interpretación a su público, pero no forma parte de él. Somos meros espectadores con una, en teoría, capacidad de examen particular que no cualquiera tiene, aprendida a raíz de un estudio y un conocimiento. No somos el protagonista y no me cansaré de decirlo, a pesar de que a muchos les sea imposible concebirlo, el mundo actúa y nosotros lo contamos; si querías hacerlo tú, haber elegido otra profesión. Pero como esta es “fácil” y “cualquiera” puede llevarla a cabo, pues aquí salto y si no tengo ni la más remota idea de hacerlo que se hunda el barco y ya escaparé yo a tiempo.
Y lo más preocupante es que esta concepción propia de dueños y señores de la sapiencia universal conlleva una actitud engreída aun más perjudicial. Somos tan personas como periodistas, una complementa a la otra y sin la necesaria humildad no hay un trabajo correcto. Durante un tiempo irás bien, pero tropezarás y tu soberbia no te dejará corregir los errores que te han arrastrado a ese lugar. Hay múltiples ejemplos en música, cine y otros tantos, todos los conocemos y no está en mi lugar señalar con el dedo a nadie, el que se vea representado en esto que él o ella misma decida si está bien lo que hace. Seamos honestos, es lo mínimo que se pide de nosotros.
Supongo que hay demasiados que vienen mal de fábrica, aquellos que sienten que el mundo ha de abrir paso a su absoluta grandeza incuestionable, aquellos que no saben ceder y adaptarse al mundo que los rodea. Si el medio quiere centrarse en las nimiedades del sensacionalismo o supeditar la calidad a la venta, es su problema, tus artículos son tu responsabilidad y es lo más importante que posees como periodista, tu palabra.