Julio Iglesias cierra los ojos, se coloca una mano en el pecho y con su voz cálida de amante generoso comienza a entonar algo así: “De tanto ocultar la verdad con mentiras, me engañé sin saber que era yo quien perdía”. Me olvidé de vivir, mítica canción en la que pide perdón a Isabel Presley y a su primera línea de descendencia por haberse pasado con las drogas, con el alcohol y con las mujeres. Por emborracharse de fama y por ser ese truhán que toda mujer siempre quiso entre sus sábanas. Hoy las damas suspiran por niñatos que tienen pelusilla en vez de pelo, por gente que vomita en los escenarios. Me pregunto dónde ha quedado la elegancia y el calor de las melodías entonadas por caballeros que cuando bajan del escenario son más rock and roll que muchos que visten pantalones de pitillo para sacar al perro.
Esa canción también decía… “me quedé sin amor una noche de un día”, pues hace tiempo que imagino cómo sería otra noche de otro día. Aquella de mediados de los 90’en la que Julio vestido de un impoluto tejido ibicenco se reunió con otro señor coloreado también con los socorridos rayos uva y de sonrisa tan artificiosa como sus malas artes políticas, un tal Eduardo Zaplana.
Ambos reirían, beberían el mejor vino y se contarían sus hazañas. “Necesito tu imagen para internacionalizar a La Comunidad Valenciana, Julio”, le diría Zaplana, entonces presidente de la Generalitat. “Me va, me va, me va”, le contestaría ese gallego, que fue portero del Real Madrid, que luego fue cantante y que ahora vive como semental jubilado en Punta Cana con doble nacionalidad dominicana y española.
Y quizá fuera en una cena así cuando se apalabrara ese contrato con el Ivex (el Instituto Valenciano de Exportación cuyo ex director general José María Tabares fue condenado a cinco años de prisión por estafa pero que ahora se encuentra viviendo a cuerpo de rey en Miami tras fugarse en 2006 a Japón evadiendo así a la ley) de 5,95 millones de euros, del que solo se declaró la mitad. Casi mil millones de las antiguas pesetas para que Julio promocionara la Comunidad Valenciana a través de conciertos por todo el mundo.
Zaplana siempre ha negado esta cantidad, “el contrato fue de 325 o 327 millones”, ha declarado en más de una ocasión… no se acuerda muy bien el pobre. Y es que hay que valer para ser bandido. Mirad a Julio, el juzgado ha estado dos años detrás de él para tomarle declaración pero siempre le consideraban como ilocalizable. Mientras tanto el truhán, el señor, se paseaba por el Palau de les Arts de Valencia antes de dar un concierto, a 300 metros de la Ciudad de la Justicia.
Pero finalmente el cantante acudió ante un juez dominicano, y a pecho descubierto declaró conocer la existencia de dos contratos, uno de 2,2 millones de euros y otro de 3,7. Uno por su imagen y otro por dar conciertos. Y en la declaración añadió que hizo hasta un concierto más de lo acordado, pero que daba igual, que se lo pasó muy bien. “Eso siempre, Julio”, pensaría el juez.
Tanto el listo de José María Tabares (ese Dioni con suerte) como el rancio de Zaplana tienen que aprender de elegantes canallas como Julio Iglesias, sino esta raza ibérica que tanta literatura ha inspirado se perderá.
