El poder de los premios, estatuillas y flashes que los que optan no suelen importar hasta que no tienen la sensación de poder ganarlos. Los primeros meses del año vienen siempre con el rezumar de los domingos de alfombra que sólo llaman al público que los sigue con el ansia de estirar el último día de la semana, como el soltero que toma un sábado la penúltima a las seis de la mañana buscando compañero de cama cuando suena la bocina.
El artista, encerrado en la jaula de piel roja ante los disparos furtivos del objetivo, acude a la mano que mejor le dará de comer en forma de halago, trabajo que el periodista que recibe el mismo título que Hunter S. Thompson o Tom Wolfe es experto en convertir a cualquier actor en Paul Newman o a un músico sacado de la Disney en el mismísimo Sinatra, sin olvidar preguntarle por facultades tan importantes que le han llevado a pisar la gala como saber quién le viste. En una de estas blandas trincheras de gente espléndida paseaba su particular desgarbo de gafa negra y hombro mirando al norte Patrick Garney, actor secundario en Black Keys y especialista en darle vida light al hoy descafeinado mundo del rock.
Tras obtener cuatro Grammy que desmerecen tanto tras llamar álbum del año a aquello que Mumford & Sons sacaron en 2012, le preguntaron al batería por la ausencia de Justin Bieber, ese joven tan importante para la música como Toni Cantó para la actuación. Carney, que tanto ha ganado en el último año con El Camino, afirmó que el canadiense debería estar contento por el dinero, dando a entender que Bieber es uno de esos músicos más preocupados por la fama que por su oficio. El ídolo adolescente no tardó en responder como lo hace Bárcenas cuando incrusta el dedo en la mirada del que molesta al gentil hombre que viene de una escapada de esquí entre declaración y declaración, un pequeño gesto de extraña caballerosidad del que se ve sin poder hacer mucho más, diciendo que se merecía que le abofetearan.
A partir de ese momento y durante una semana que echaba de menos aquellas peleas encabezadas por Liam Gallagher, ahora más pendiente del Gangnam Style, o Morrissey, de hospitales, pasó Carney enredado entre comentarios de fans del canadiense, que es como el adolescente que se atreve a bromear con niños de cinco años porque prefiere evitar el careo con el adulto. Twitter ha traído tanta conexión entre artistas, alfombras y público que uno de deja de echar de menos aquellas declaraciones que siempre nos envían a los noventa, donde las revistas no esperaban otra cosa que declaraciones con ingenio. Habrá que conformarse con estos tiempos en los que el ataque extramusical es tan divertido como la discografía de Maxïmo Park.