LA VIDA DISOLUTA | por J.Castellanos
Vivir y morir en cinco décadas, tiempo justo para no abandonar una imagen que el tiempo deteriora. El viejo muerto es siempre viejo. Joe Strummer abandonó el mundo hace 10 años esquivando cualquier frivolidad y decadencia ajena a la idea que el mundo tenía de él, evitando convertirse en la patraña que la industria tiende a transformar a los iconos que hace tiempo besaron lo más alto.
Toda ciudad debería tener una plaza Joe Strummer como tiene una calle dedicada al militar más sanguinario o al político asociado al club de los mejores amigos de Suiza. Granada la tendrá. La plaza de Joe Strummer lucirá pronto en el barrio del Realejo la placa que recordará al de Londres, cerebro de una época de renacimiento entre tanto mensaje de autodestrucción, convirtiendo la rabia del momento en un sentido, haciendo del palo arma.
“Spanish songs in Granada, oh mi corazón”. Aquella foto lo prueba. Strummer sentado sobre un gran bloque de piedra y al fondo toda la majestuosidad de una ciudad magnética para todo músico, con ese poder solo explica la casualidad o Iker Jiménez. Aquella instantánea era el producto de una relación que se extendió a lo largo del tiempo. Nadie elige la ciudad en la que nace, menos complicado es escoger la que morirá, pero sí tiene la oportunidad de decidir qué ciudad es la suya, un lugar en el que no es necesario vivir pero sí tener en mente constante, intentando atrapar su aroma y trasladarlo a cada sitio. El de Strummer parecía Granada.
“No escribas eslóganes, escribe verdades”. Strummer acabó vagando por las calles de Granada a finales de 1984. El camino que le había llevado a allí comenzó mucho antes, el más inmediato fue The Clash, la misma historia del rock condenada a repetirse. Toda la rabia y mensaje estaban agotados tras batallas internas que habían terminado con Mick Jones y Topper Headon fuera. El final siempre está cerca. The Clash, London Calling y Combat Rock ya estaban en la historia. Strummer, antes Woody Mellor, antes John Graham Mellor, había conocido en el Londres de las primeras okupas a Paloma Romero, española que le acercó a Lorca, con el que se obsesionaría tiempo después; “Vamos a comprar picos y palas. Hay que desenterrar a García Lorca”.
En tiempos del país en B, de sobres en zanahorias, de tinieblas y derechos que desaparecen escondidos entre el BOE mientras es la televisión la fábrica de crear ideas y obsesiones, esa placa en la plaza situada en el Realejo recordará al hombre y al mito, aquel que no tuvo miedo a vivir como quiso y a decir a los demás que hicieran lo propio. Un nombre de libertad en tiempos de oscuridad. “Conoce tus derechos”.