Hoy voy a ser directo, un corte raudo sin testimonios ni alegaciones. Hoy no soporto a la falsa bohemia que ha hecho de la pseudo-culturización la tendencia a seguir.
La banalización cultural lleva consiguiendo nuevos récords durante demasiado tiempo. Siempre ha existido el irremediable anhelo por la novedad y parecer ser una lacra de la que la humanidad no logra desprenderse. Lo nuevo no es bueno por ser nuevo, es solo eso, nuevo. Pero un banda creciente de seres nocturnos y apolillados ha decidido monopolizar ese primigenio sentimiento y hacerlo su cultura y su estilo de vida.
No daré apelativos para definirlos que, de por sí, forman parte de un vocabulario propio al cual no encuentro en la RAE, por algún motivo; hay gente tan única que no pueden ni compartir sus palabras con el resto de nosotros, míseros mortales. Entra dos minutos en Twitter y encontrarás diez palabras de este novedoso intento de jerga. ¿Qué grupo está de moda? Este, pero yo los escuché antes. ¿A qué garito vamos? Este es el más cool. ¿Qué ropa me pongo? Esta, es lo último. Hay una respuesta para todo y siempre comparten el mínimo común múltiplo de la modernidad. No es el seguimiento del arte actual, es la paranoia por lo actual en el arte y convertirlo en una pancarta. Es la jactancia de la vanidad en todo su esplendor, sectarios adictos a la tendencia y desprovistos de una personalidad única, haciendo de la cultura su mercancía de tráfico.
Existen, han existido y existirán tribus con las que cada uno sienta más afinidad, pero no puedo tolerar una en la que se trivialicen elementos de trascendencia al medirlas únicamente por su puesta en boga y su masivo seguimiento, lo cual desbarata el sentido que estas comprendían en su origen. Algunos bares de Madrid parecen vivir un constante Carnaval en el que todos llevan el mismo disfraz. Un disfraz al que acompaña una creída superioridad moral y cultural que no logra sostenerse al basarse en cimientos tan pobres e intrascendentes. El qué dirán, quién me ha visto y con quién.
Pero si no estaban contentos con su propio baile de máscaras y superficialidad, su expansiva moralina induce a todos en el mismo juego de prejuicios, sembrando clones en una juventud ávida de pertenencia e integración a la que, muchos y me incluyo en un fallo que este mismo artículo puede significar, señalamos y criticamos a viva voz con espanto ante su cambiante banalización.
Que vistan como quieran, vayan a donde quieran, escuchen lo que quieran y sientan la prepotencia que les venga en gana, pero lo cultural hay que valorarlo con su significado real y en su auténtica trascendencia. El centro medular de su existencia se basa en un preámbulo insustancial, en el que la homogeneidad entre ellos como distinción ante un resto cada vez menor y la vulgarización de lo profundo en una significación de importancia asentada y justificada en la moda pasajera son las únicas verdades sobre sus despersonalizadas vidas. Hipst… postur…, no, lo siento, no puedo, yo respeto mi idioma.