La fiebre de los Grammy todavía no ha terminado y me alegro de que se haya extendido para darle el guillotinazo final a esta semana de maquillaje y purpurina. Solo que esta vez la institución no va a ser la sentenciada, sino los artistas; bueno, alguno de ellos.
Trent Reznor dijo: “¡Que os jodan!”. Un merecido escarnio que, desgraciadamente, no llegará más que a ocupar otro renglón de las curiosidades de la quincuagésimo cuarta edición del mediático festival. Pero el sonroje del bofetón se le ha quedado en la cara a los organizadores del festival. Reznor sólo quería tocar y no les permitieron acabar de una manera decente. A otros artistas les preocupan otras cosas que no es la música.
Espera, siéntate, porque quizás esto te choque tanto que se te revuelvan las tripas, se te seque la garganta y pensamientos suicidas nublen tu juicio: los Grammy no premian la mejor música. Quizás lo sabías. Seguro que lo sabías, a no ser que estés llorando por el arresto de Justin Bieber, te sorprenda que Taylor Swfit no haya hecho lo mejor del año o que cuando te pregunten “¿quién es tu One Direction favorito?” tu respuesta sea cualquier otra que un puñetazo al estómago o la más humillante de las carcajadas. Sin embargo, a algunos artistas sí parece preocuparles.
En 2004, la categoría de “Mejor artista revelación” acabó en manos de Evanescence y un incipiente 50 Cent se quedó sin galardón. Su reacción no fue otra que subir al escenario y pasear por detrás de la cantante Amy Lee durante su discurso de agradecimiento. El mismo mentor debió tener Chris Brown, quien derrochó madurez y clase a raudales. Cuando el nombre de Frank Ocean sonó en el premio a “Mejor álbum de urbana contemporánea” de este año, Brown decidió no levantarse en la ovación, cruzar los brazos, fruncir el ceño y no respirar si no le daban el mismo juguete a él. Su after-party debió ser en el Burger King y ahí sí que le dieron la corona para que se animara.
Todos conocemos el celebérrimo arranque de Kanye West por el que Taylor Swift habrá compuesto tres discos lamentándose. Quizás más perdido en la memoria se encuentre el discurso de Ol’ Dirty Bastard de Wu Tang Clan cuando el premio a “Mejor canción del año” de 1998 cayó en manos de Shawn Colvin. Ahí la presión fue demasiado alta y los pistones reventaron. Subió al escenario y se hizo con el micrófono para denunciar el dinero que se había gastado en el traje y promulgar que “Puff Daddy está bien, pero Wu Tang Clan son los mejores”. No te lo niego, pero, ¿necesitabas espetarlo en un berrinche infantil?
Si nosotros sabemos que los Grammy son un concurso de popularidad, un “rey y reina del baile” que tanto gusta por tierras norteamericanas (aunque tras la polémica por la victoria de Mackelmore & Ryan Lewis comienzo a dudar si todos estamos en la misma página), no creo que los artistas participantes piensen que se premia la calidad musical exclusivamente. A veces coincidirá, pero, por regla general, no es así y resulta un tanto bochornoso que manifiesten esas reacciones al quedarse sin el galardón.
La música es el propio premio, crear es el reconocimiento necesario. Y a todo el mundo le gusta una palmadita en la espalda, que se aprecie su trabajo y guste a los demás, pero que un claustro de EMPRESARIOS decida la MEJOR música suena antagónico y, dado que ellos deciden, esa frustración por parte del artista al no conseguirlo demuestra un ansia de fama ajena a la pasión por su música. Dos conceptos que no casan, aunque ellos no lo comprendan.