Qué fácil es hacer música comercial. No le voy a pedir a Katy Perry que se pase al rock progresivo o a Justin Bieber que hable sobre la insoportable levedad de su ser, pero cada vez ponemos el listón a niveles más bajos; llegará un momento en el que tendremos que cavar un hoyo para seguir bajándolo. ¿O lo hemos hecho ya?
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Hace unos años, los buenos de Innovate Imageworks lanzaron un vídeo en YouTube en el que se proponían crear un hit del Top 40 en tan solo 8 horas. El resultado quizás no lograría colarse entre Pitbulls y Rihannas, pero ponía de manifiesto la facilidad con la que un éxito pop -o algo muy cercano- podía ser creado. Mejores estudios y mejores producciones, esa es la principal diferencia. Musicalmente, todos los componentes se encontraban dentro del tema.
Coge un Mi, un La, cualquier acorde mayor, haz una progresión natural de tres acordes y ya tienes una base prometedora de podredumbre sonora. Añade una melodía simplista que beba de millones de hits anteriores, arrastra dos sintetizadores distorsionados y enchufa el Auto-Tune a toda potencia en la voz. ¿Ves qué fácil? No hay ningún tipo de búsqueda innovadora en el resultado de un trabajo que busca triunfar y no expresar, y la música no es nada para el individuo creador si no se transforma en una representación de él mismo.
Perdón, se me había olvidado añadir los ocho compases rapeados: hip hop si eres anglosajón, electro latino para hispanoparlantes.
Los modelos pueden cambiar, pero los cimientos siguen siendo los mismos. Por ello, en el rango de una década, las canciones populares de lo que llamamos “música comercial” son distinguibles por un estribillo, un detalle, complementos añadidos para diferenciar lo que de otro modo sería indistinguible. Y esto no viene de ahora, ni siquiera de hace 30 años; incluso la música clásica contaba con géneros “fáciles” y accesibles.
No nos remontaremos a los divertimentos de Mozart, pero el concepto de música comercial en su simplicidad y atractivo se remonta, aunque duela, al rock and roll. La industria musical comenzaba a asentar su poderío y encontró en la imagen rebelde y sensual de Elvis Presley o Chuck Berry la herramienta perfecta para llevarlo a cabo. Temas muy similares publicados en sellos que no dejaban de pedirlos para repetir el éxito que sus pioneros cosecharon. Ritmos rápidos que llamaban al baile, estructuras sencillas y letras orientadas a jóvenes estudiantes sobre amor y coches.
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Cuanto más simple sea una canción, más amplio será el público; el único requisito adyacente es que sea pegadiza. La degeneración ha ido en ascenso desde entonces. Los solos del rock and roll y la musicalidad de sus canciones han decaído desde la efectividad de la música disco de los ’70 hasta el pop de ordenadores, clichés, deshumanización y extravagancia de hoy en día.
De letras simples y cercanas -e inmaduras y evidentes, he de decir- hemos llegado a la absoluta falta de respeto e interés por la poesía. La principal distinción de lo que fue comercial en su momento es que no intentó serlo, surgió como una respuesta revolucionaria ante una sociedad protocolaria, estricta e hipócrita. Ahora solo es marketing.
Realmente, cumplen una función básica y esencial: su música debe apestar para que pueda brillar la que merece nuestra admiración, la que es música auténtica. Ya puedo escuchar el panfletario de extrema tolerancia, criticando que tenga la osadía de decir que no es música. ¿Es necesario que lo explique? De acuerdo: música puede ser dar golpes rítmicos en una mesa mientras esperas que te sirvan los espaguetis, pero Música, entendido como una manifestación artística sublime, no es la música comercial.
¿Técnicamente? Lo es. ¿Subjetivamente? Exijo más de lo que esta gente está dispuesta a ofrecer.