Entre disparos y detenciones se pasaron ayer la noche en Cuatro. Tras terminar Messi con su penal de líneas movedizas, la cadena estrenó el primer episodio de ‘Policías Internacionales‘, un programa en el que Mediaset recorre el mundo para lavar la cara de una institución tan denostada en los últimos meses a cambio de ofrecer disparos, sangre e imperios de la droga.
La primera visita transitó por Río de Janeiro, sede del próximo mundial de fútbol, próximas olimpiadas y ejemplo siempre puesto por liberalismos que cuentan la calidad de vida por billetes en la cartera. En una de las misiones de la BOPE -Batallón de Operaciones Policiales Especiales-, los agentes se introducían en un barrio para evitar una fiesta funk que tenía que celebrarse esa misma noche. Si no hay funk no hay drogas ni, por tanto, delincuencia.
La raíz y la expresión es la forma más sencilla de evitar todo movimiento que no case con el establishment y controlar la música es una de las mayores preocupaciones de un estado obsesionado por controlar a sus ciudadanos. Controlar. ¿Recuerdan a Romario? El enorme delantero brasileño debió sentir tremendo vacío al dejar los estadios, aplausos y reconocimientos que a los pocos meses de retirarse de la vida deportiva comenzó su carrera política. Tras estar como diputado del Partido Socialista Brasileño -PSB- decidió presentarse como senador y hacer de Río de Janeiro un lugar mejor.
Para «hacer un poco más por Río», el 11 fumador de Brasil ha iniciado una propuesta que se convertiría en ley para regular el trabajo a los artistas. ¿En qué consiste el proyecto? Hacer de la expresión artística un oficio en el sentido más negativo de la palabra: institucionalizarlo. Mediante unos cursos y sus posteriores exámenes, los artistas obtendrán un permiso para poder serlo. ¿Les suena? Según diferentes medios brasileños, la propuesta de Romario quiere evitar que personas que no son verdaderos artistas puedan emular serlo. Las ventajas de estos creadores institucionales es la de tener unas vacaciones pagadas, paro y horarios laborales. Lo que oculta el proyecto es la marginación a la que sometería a escenas como la del hip hop, llevar la calle a instituciones y controlar y decidir lo que es arte y lo que no lo es. Los poderes políticos y su obsesión por mantener controlado todo.
El hip hop siempre ha sido ese quiste maldito e incontrolable nacido entre muros destruidos y la protesta como fundamento. En estos tiempos en los que el rock y hasta el punk pasaron de las calles a los escaparates de moda, el hip hop ha ido sufriendo el mismo destino: se ha internacionalizado y hasta convertido en esa marioneta rebelde divertida como se convirtieron hace una semana las dos Pussy Riot. El dinero se puso sobre la mesa y todas esas mentes alejadas de lo establecido decidieron beber monedas y traicionar su mensaje.
Uno de esos contrarios al hip hop como herramienta del estado son Tyler, The Creator y su colectivo Odd Future. Su mensaje es considerado radical pero lo cierto es que se asienta en los principios más arcaicos del género. La mala baba callejera que transmite en sus canciones no gusta y molesta al establishment hasta tal punto de no permitir su entrada en Nueva Zelanda por ser considerados «una potencial amenaza para el orden público»; algo así como unos terroristas del micrófono. Seguro que Enrique Iglesias y Pitbull pueden moverse por el mundo con total libertad pese a hacer apología del machismo más rancio.