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Tom Waits | Swordfishtrombones | 30 aniversario

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1983. En aquel momento en el que la sociedad se había convertido en un baile de máscaras que se movían en una vida de eterno carnaval siniestro tocaba destrozarlo todo. Todo había sido vivido, la eterna simulación de mejores tiempos comenzaba y Tom Waits no estaba dispuesto a seguir en el carro. Tocaba volver a marcar una línea complicada de cruzar y que sólo unos cuantos se atrevieran a pasarla. Así lo entendió cuando decidió trabajar en lo que sería su siguiente álbum; ‘Swordfishtrombone’.

En aquel verano del 83 ya había terminado su relación con Asylum, la casa que le vio nacer bajo la gorra de ‘Closing Time’ una década antes. Waits dejaba allí siete álbumes en lo que sería considerada su primera etapa, la de un crooner despiadado consigo mismo que intentaba ahogarse en alcohol mientras se codeaba con rostros evitados por la sociedad. Aquella era la brecha perfecta para marcar un nuevo camino, deformar lo que había sido hasta entonces y explotar mundos de una forma que hasta entonces nadie había hecho. Ni se haría nunca.

Porque el ingenio de Waits reside básicamente en la intención de crear un personaje que la historia nunca ha visto, sorprender a un planeta que, ya entrado en la década de los ochenta, había escuchado toda leyenda sobre el mundo del rock. La decadencia de la inocencia.

El cambio ya se había producido más de un lustro antes. ‘Small Change’ enseñaba a un Tom Waits que había decidido cambiar la forma, no el mensaje. La voz de su debut y de ‘The Heart of Saturday Night’ se transformaba en cavernosa, el chico de Pomona que cantaba entre cigarros y whiskey era ahora un engendro que salía de los callejones oscuros para contarnos lo que allí ocurría. Waits entendió todos aquellos escritos de realismo sucio, que no es sucio sino auténtico. La vida es lo que ocurre al pie de los edificios.

El genio de Los Ángeles se presentaba como un crooner mutante, convulso, alejado de la elegancia italiana y estirada presentada por el Rat Pack de Sinatra y compañía, Tony Bennet o cualquier chico de barrio que acabo podrido de dinero. Un hombre de la calle acostumbrado a lo real y que rehuye de lo ostentoso.

Tom fichó por el sello británico Island, que contaba con apenas dos décadas de vida, y comenzó la que sería su mejor etapa. Otra década -la vida artística de Tom Waits se cuenta por decenas de años- en la que desarrollaría sus mejores álbumes amparados por el sonido que marcó este trabajo que cumple 30 años.

Con él llegaría dos años más tarde el que posiblemente sea su mejor obra: ‘Rain Dogs’. Las pautas marcadas en su anterior disco se acentuaban y convertían en un estilo que también brindó al público en ‘Bone Machine’ (Island, 1992). ‘Franks Wild Years’, último álbum de la década basado en la obra de teatro homónima que escribió junto a su mujer a partir de la novena canción de este ‘Swordfishtrombone‘, también guardaría la herencia del disco que le estrenó en Island.

Tal vez fue el hartazgo de su vida anterior, quizá el amor o la unión de las dos lo que cambió al angelino. Tras pasar un infierno de cuello fino, culo gordo y tacto de cristal en la sociedad whiskey, Waits había encontrado en los brazos de Khatleen Brennan la forma de reconducir una bala perdida bajo tugurios y palmeras. Aquella guionista rubia se convertiría a partir de entonces en una bifurcación de Waits, el alma gemela que compondría su carrera hasta nuestros días y la posible culpable de que veamos ocasionalmente a Tom en el cine. A partir de ese momento el carácter del músico se iría volviendo más reservado y sus apariciones menos numerosas, un animal que detesta ser mediático y prefiere esa leyenda áspera y sin mitología.

Musicalmente, ‘Swordfishtrombone’ supone un decálogo de ingeniería blues. Cargado de melodías destrozadas, ritmos cavernícolas, pura experimentación clásica que marcaría el resto de la discografía de Waits, el álbum era la puerta que abría un camino nunca antes visitado por el público. Lo circense se daba la mano con el vodevil y las noches, los coches antiguos y los garitos baratos.

Compuesto por 15 cortes, muchos de ellos pequeños trazos, mínimas tesis que desarrollan todo lo que nos presentaba aquel septiembre de 1983 y que marcarían toda su etapa en Island y grandes rasgos del resto de su carrera hasta ahora en ANTI-.

Pocos puntos del álbum conectan lo anteriormente creado por el músico californiano. Baladas como ‘Johnsburg, Illinois’ o ‘Soldier’s Things’ recuperan ese sonido basado en las teclas del piano. El resto propone sonidos crudos, arreglos e instrumentos que hasta ese momento habrían sido impensables en un álbum de Tom Waits. Para llevar a cabo este extraño proceso se rodeó de nombres como el del percusionista Francis Tumm, el trompetista Joe Romano o el barbudo guitarrista Carlos Guitarlos. Aquel caluroso verano se dieron cita la imaginación de un genio de desgastadas suelas y el delirio y de ello salió el álbum que definiría a Tom Waits y lo catalogaría como uno de los grandes nombres de la música popular.