Brian De Palma no es ni el más inspirado, ni el más vicioso, ni el más libre de los directores que formaron parte del Nuevo Hollywood. Pero él fue quien descubrió a Bobby. Algo vio en ese italoamericano tímido de aspiraciones creativas que solía rodearse siempre de afroamericanas. Sin embargo, Robert De Niro no se estrenó de verdad en una pantalla de cine hasta que lo agarró Martin Scorsese y lo colocó en un bar con sombrero de copa bajo, chaqueta de color marrón y sonrisa de imbécil.
Benditos Stones. Los acordes de Jumpin’ Jack Flash irrumpen cuando el responsable aunque contradictorio medio gánster llamado Charlie (fantástico Harvey Keitel) espera a Johnny Boy, un espíritu libre con el rostro de un joven De Niro que no es más que una extensión de Scorsese. Lo que él hubiera sido si no hubiese sido director de cine. Una cámara lenta recoge el paseo de éste por la barra agarrado a dos jovencitas mientras el sonido de la guitarra de Keith Richards araña las imágenes.
Marty acababa de salir del cascarón, todavía era un jovencito cineasta que se ponía nervioso cuando rodaba. Pero tenía claro que lo que quería era hacer películas sobre su propia vida, lo que conocía. Por eso rodó en su barrio, entre las esquinas de Elizabeth Street, en pleno Little Italy. Donde el gánster y el cura se daban la mano. Donde tanto el rock como las óperas de Giuseppe Di Stefano funcionaban como sintonías perfectas para las vidas de sus vecinos. Scorsese recoge un éxito pop de The Ronettes, Be My Baby, para unos títulos de crédito que describen con destreza, y en dos pinceladas, los personajes y los rincones de Mean Streets.
Con esas imágenes sucias comienza la película que puso en órbita al director de Taxi Driver. Mean Streets bebe del neorrealismo italiano, del documental americano y de la nouvelle vague, es cruda, intensa e imperfecta, pero ya sólo por el uso prodigioso de la música merece ser considerada imprescindible. Scorsese rescató temazos doo woop como I Love You So de The Chantels, canciones de ese género musical entre el ska y el reggae firmadas por The Paragons y también visitó los inicios del soul y el R&B con músicos como Johnny Ace.
Pero Martin Scorsese es sobre todo un apasionado de los Stones. Por eso los ha utilizado tanto a lo largo de su carrera. En Mean Streets repite. Suena Tell Me, de los Rolling Stones más pop, y Harvey Keitel entra al bar y se sube a bailar con una bailarina negra que le gusta más de lo que debería. Impresionante secuencia en la que la cámara de Marty se cuelga de la espalda de Keitel mientras este recorre el lugar chasqueando los dedos.
El homenaje que Scorsese hizo al barrio de su infancia lo separó definitivamente de esos vecinos a los que no les gustó la imagen que Mean Streets daba de Little Italy. “La vida real es un tema bastante duro”, dijo Marty en una ocasión.