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Mentiras de la crisis: los festivales y sus clones

La oferta española de eventos musicales es engañosa: mientras hablamos de multitud de citas, son pocas las que ofrecen una programación diferente al resto.

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Chica baila subida a hombros en un festival.
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Con la prohibición de fumar en bares se abrió un hueco a la esperanza en forma de cigarrillo electrónico que muchos quisieron aprovechar. En un pueblo manchego de nombre irrelevante y 30.000 habitantes, alguien vio un filón en la idea de montar un estanco electrónico, lugar en el que vender recargas, carcasas y hasta adornos para esta moda en la que vieron el negocio de sus vidas. Comenzaron a crecer estos establecimientos, llegando a toparme con uno cada 20 minutos de distancia a pie. Y todos acabaron cerrando.

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A finales de 2013 se anunció un nuevo festival en Montcada y Reixac, Barcelona. Como el evento era en Cataluña, donde también hay un festival cada 20 minutos de carrera, su organización decidió que la diferencia del resto sería más espiritual que real. El jefe de todo aquel tinglado llamado Jiwapop era Tony Tes, una mezcla de Buenafuente y Sandro Rey que afirmaba que se trataba de “el primer festival de música y consciencia, sostenible y solidario”, que es como si transmito la idea de que leer este artículo garantiza la vida sexual de Julio Iglesias: es mentira.

[quote_right]Lee también: El festival Jiwapop engaña a sus «asistentes»[/quote_right]

Jiwapop no solo no se celebró, tampoco devolvió los 30 euros de entrada a las 700 personas que habían pagado su pase. La organización de Tes se lanzó a la aventura de correr con el dinero, no sin antes culpar a los artistas –Madness, Love of Lesbian, Fangoria– de todo. Su argumento era que no podía dar el dinero porque los artistas no querían ceder una parte de lo que habían cobrado previamente. Más tarde nos enteramos que Macaco, que era otro de los artistas, no había cobrado nada. Han desaparecido 21.000 euros.

El director de Jiwapop iluminado por las estrellas en su última comparecencia en las RR.SS.

Cuando en 2009 se anunció el fin del festival Summercase, todos vimos como causa del fiasco la llegada de la crisis económica. Fue el primero de otros tantos que a lo largo de todos estos años han ido desapareciendo del mapa ibérico, todos víctimas del maldito dinero. La realidad es otra. Como con los cigarros electrónicos de ese pueblo manchego de nombre irrelevante, el carro de emprendedores que se animaron a montar su propio festival fueron muchos, gran parte de ellos sin nada que ofrecer en programaciones clónicas que apuntaban a masificar el número de asistentes en su primera edición.

La gran parte -que es mínima- de festivales que pueden considerar un triunfo su celebración se han constituido en sus orígenes como una conjura de amantes de la Música, movidos por un espíritu casi altruista con el que han ido progresando en pretensiones con el paso de los años. El resto, no son más que cigarreros que desaparecerán en cuanto vuelvan a dejar fumar en los bares.