Es sorprendente cómo el más mínimo detalle puede lograr el empuje que desate un efecto dominó en el interior de un individuo. De repente, las piezas comienzan a caer y cada golpe en la superficie retumba como una bofetada de incertidumbre, te empuja contra la impotencia y, una vez en el suelo, te escupe haciendo notar la permeabilidad de tu piel, sientes cómo la debilidad empapa hasta el fondo y a la vez te convences de que tardará en secar. Hay días que derraman angustia y esos urgen únicamente una mano que eleve la barbilla al frente.
Esto tan complicado de digerir es ‘The Tower of Light’ (Felte, 2014), una sucesión de ocho piezas en forma de golpes a cada cual más pesado. Podríamos estar ante un resultado muy plausible de no ser por el superávit de pesadumbre que existe en el panorama musical y, por supuesto, en el colindante mundo real. El largo debut de los de Brooklyn se desenvuelve entre un dream pop áspero, suave post-punk y la neopsicodelia más sutil.
La encargada de desencadenar el desplome es ‘Cap Grass’, cuando una ráfaga de sintetizadores se apodera de sus casi cinco minutos para obligarte a saltar en el fondo de la melancolía. Una vez dentro, la escalada se hace imposible y la línea de decaimiento se mantiene en pendiente hasta el final con ‘Wish’. Pasarás por los pedales de efectos en algunas como ‘Glass Body’ y la redundancia de la voz llana en otras como ‘Lightnet’, pero ninguna de ellas romperá la sucesión de caídas, ni siquiera una pequeña rendija aparecerá para coger aire en el proceso.
Lo rico que podría resultar la mezcla de influencias palpables como Slowdive, The Horrors, My Bloody Valentine e incluso Radiohead queda reducido a un trabajo sin complicaciones, sombrío e insípido. The Tower Of Light justamente te dan la bofetada, te arrean el empujón y te lanzan el escupitajo que empapa de debilidad. Por suerte, aquí tú eliges cuándo parar.