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Cuando escribes, locutas o comunicas hacia el público general, corres el riesgo de que lo que en tu cabeza parezca un proceso de lógica griega haga rasgarse las vestiduras a más de uno. A mí me ha pasado, he visto cómo artículos de esta columna han generado más insultos que un Madrid-Barça y contrartículos que analizaban cada frase escrita, y no sería capaz de quitar ni un gramo de verdad a esas contestaciones. Es lo bonito y lo enriquecedor de la opinión, lo que me apasiona de ella: su capacidad de conglomerarse y formar verdades polifacéticas.
Por eso, ahora quiero ponerme al otro lado de la barrera.

De un vistazo furtivo, vi la nueva portada de Rolling Stone en la estantería de una tienda del aeropuerto de Barajas -Adolfo Suárez Madrid Barajas para los recién llegados-; Queen en todo su esplendor repasado por Mikal Gilmore. No podía mirar hacia otro lado y me compré la revista, por primera vez en una década. Quería reservar el momento de llegar a este esperado reportaje, hacer hervir la expectación y exprimir artículo a artículo hasta llegar a él. Pero no pude pasar de la primera página del número sin llevarme las manos a la cabeza. Ahí recordé por qué había dejado de comprarla.

El editorial del mes de agosto, firmado por su casi recién llegada directora, Beatriz G. Aranda, se sumerge en un tema peliagudo: la publicidad y los patrocinios en la música. Lo que algunos consideramos blasfemia y otros consideran la única salida se resume en una escueta columna que define la línea editorial y la filosofía del medio. Un editorial es una piedra guía, un referente para que el lector sepa de antemano la opinión del medio como conjunto y, por ello, es muy relevante. Si esto hubiera estado en una de las columnas de Rubén Pozo, ni me molestaría.

Los primeros compases del artículo nos ponen en situación. Las camisetas de Joy Division en el H&M y sus virtudes y pecados; nada que no comparta. Cuando ya ha cogido carrerilla, se agolpan los despropósitos.

[pull_quote_center][Los festivales] puede que sean más grandes que las propias bandas porque las marcas son más grandes que la música: se venden experiencias, looks y tendencias y se pone banda sonora a todo eso[/pull_quote_center]

Primera hernia en el estómago. La frase “las marcas son más grandes que la propia música” merece enmarcarse en un museo. El hecho de que un periodista musical escriba eso es lo que me da pena. Y rabia. Me es imposible concebir que pueda supeditarse un Arte universal a la cicatería manipuladora del marketing.

No negaré que pueda estar relatando una realidad social -si medimos una muestra escueta, no el panorama general-, pero no puedes conformarte con la realidad. Cámbiala. Su nombre es un emblema de la comunicación musical; defiende la Música, no la vendas al mejor postor, literalmente. Y caemos en la eterna discusión: un festival es Música, aunque lo complementes con 100 actividades distintas. Si un medio musical le resta importancia al Arte, ¿quién se la va a dar?

[pull_quote_center]En los festivales se presentan grupos y sonidos del mismo modo que se presentan modelos de bambas o gafas de sol. Y no hay nada malo en eso. La música siempre ha sido un negocio[/pull_quote_center]

¿Siempre ha sido un negocio? ¿Seguro? La Música siempre ha sido un Arte. Eso sí. Aprovechando su trascendencia, la industria se ha desarrollado a su alrededor para sacar tajada y crear negocio.

Ha sido un reclamo para el poder en todas sus distintas máscaras por su capacidad de evocación y de unión. Por esto, las marcas se adhieren a ella para exponer sus bondades y ganarse al público. Pero los «grupos y sonidos» no se presentan igual que los “modelos de bambas”. Estas bambas quieren vender por una moda efímera y superficial; la Música apela al sentimiento más profundo y conecta con él. Que esto se transforme en negocio es una consecuencia de algo más humano y, a la vez, más sublime.

Respeto su opinión y, por encima de todo, su derecho a tenerla. Pero me parece un pensamiento peligroso para la integridad de esta disciplina sobre la que escribimos y que, en teoría, nos apasiona. Y, por eso, repito la pregunta y lo haré hasta la saciedad: si nosotros no le damos importancia a la Música, ¿quién se la va a dar?