Mandíbulas fuertes sujetan las palabras de Willis Earl Beal, un hombre de ojos amarillentos, cuerpo de rudo albañil con la voz de los grandes y el alma bohemia. Cantante, dibujante, actor en ‘Memphis‘ (Tim Sutton, 2013), a ratos cineasta experimental, sacerdote de la iglesia de Nadie. Serio, profundo, de aura solitaria y elegante con la naturaleza del dandy, el norteamericano parece moverse por la vida sin preocupaciones pero con la intensidad del que se la toma en serio.
Willis Earl Beal decidió liberar un EP para compensar la cancelación de su gira europea de presentación del gran ‘Nobody Knows.’ (XL, 2013). El resultado es ‘A Place That Doesn’t Exist‘ (Autoeditado, 2014), ocho canciones que navegan entre su último álbum y su debut ‘Acousmatic Sorcery‘ (XL, 2012). El de Chicago se muestra menos melódico que en su anterior entrega, más calmado, sin la garra negra de ‘Too Dry to Cry’ ni la seducción Motown de ‘Coming Through’ pero eso no hace desviar la atención. Beal avanza a lo largo de ocho canciones entre baladas y ritmos oxidados bajo un sonido de disco de pizarra que es marca del estadounidense.
Cuenta Beal que en este EP ha bajado el tono, que se ha fijado en Leon Redbone a la hora de cantar. Y es cierto. El tono seductor del amo del vodevil posee las canciones de este ‘A Place That Doesn’t Exist’ y a la filosofía del ahora residente en Washington, una mezcla de Tom Waits, Nina Simone y Robert Johnson. El soul deja espacio a un blues calmado que recupera de sus primeros pasos como artista y en el que no desentonan ni composiciones tan excéntricas como ‘Toilet Parade (Ode to NYC)’.