Cuando oigo la palabra biopic el interior de mi boca se vuelve pastoso y a mi nariz llega un olor rancio. Mi médico dice que es un tipo de alergia. No me gustan las películas basadas en las vidas de nadie, para realizar ese mismo ejercicio hay documentales soberbios. Si queréis algo sobre Bob Dylan tenéis No Direction Home, si os gusta el lado escandaloso y morboso del cine echad un vistazo a The Kid Stays in the Picture sobre el productor Robert Evans, y si es Hitler quien os obsesiona hay una joya por ahí titulada Apocalypse: Hitler.
Sin embargo, hay un director de cine que consiguió romper durante más de dos horas mis prejuicios contra este género. Fue Clint Eastwood y la película se llamaba Bird. Una historia desgarradora sobre un virtuoso del Jazz que respondía al nombre de Charlie Parker cuando no estaba borracho o drogado. Bird es más que un biopic, es una de las mejores películas sobre música de la historia.
Eastwood ha vuelto a contar la vida de alguien, esta vez es J. Edgar, el polémico y ultraconservador hombre que dirigió durante casi 50 años el FBI. Casi consigue engancharme al asiento por segunda vez con “una historia basada en la vida de”. Pero a pesar de ser una buena película sobre la política y el crimen de un país donde la mentira y el miedo eran (son) las armas más importantes, los dientes no dejaron de rechinarme en las 2 horas y 20 minutos que dura el filme.
El pulso narrativo del director americano es como siempre sublime. Eastwood convierte un guión torpe en una historia donde los años 30 y los 60 se entrecruzan maravillosamente. Los secretos, que tanto adoraba el señor J. Edgar Hoover son el anzuelo con el que el espectador se siente atrapado. Pero todo ese mecanismo es una trampa para que no veamos los desperfectos de un filme irregular. Porque aparte del enorme talento del realizado para contar historias y de la morbosa temática que maneja, al director de Sin perdón se le han ido las manos. Primero eligiendo ciertos recuerdos de Edgar Hoover y desechando otros, exceptuando su oculta homosexualidad y su extraña relación maternofilial, la elección resulta grisácea. Y segundo dar por bueno un maquillaje que va más allá de la vergüenza ajena.
Por partes. Leonardo DiCaprio está sorprendentemente muy creíble en el papel de J. Edgar, incisivo, arrogante y psicótico. Su maquillaje es bastante pasable y la química entre él y su compañero de fatigas y amor prohibido (Armie Hammer) es perfecta. La escena donde esa tensión sexual se medio-resuelve es tremendamente intensa y creíble. El problema viene cuando Armie Hammer tiene que interpretar a Clyde Tolson con 70 años. Entonces algo parecido a una gran masa de látex se apodera de su rostro, lo que hace inevitable que nos acordemos de Muchachada Nui. Cuando es viejo, a Hammer le desaparecen los ojos dando paso a unas cuencas de profundidad incalculable. Además, sus andares son ridículamente exagerados. Obviamente, esto te saca a patadas de la película.
Naomi Watts está correcta, sin más. Si algo salva la película es Judi Dench, su actuación es sobrecogedora, con una mujer así de diabólica como madre a J. Edgar no le quedó más remedio que ser un obseso reprimido cuyo coeficiente intelectual es, eso sí, excepcional. Según Eastwood él fue quien dirigió el país y no los ocho presidentes que pasaron por la Casa Blanca.
J. Edgar también sobrevivió a tres guerras, ahora le toca a Clint Eastwood sobrevivir a tres pseudo-fracasos (Invictus, Hereafter y la que nos ocupa). Ojo, las tres son buenas películas, pero no están a la altura del maestro.
por Pedro Moral