EL ELEFANTE ESTÁ BORRACHO
Sería Abril de 1997. Seguro que era 1997, cerca de la primavera. Y viernes, sí, era viernes por la tarde. Un chaval de 12 años miraba a la línea infinita del horizonte de Madrid anhelando poder dar un beso a la chica de la que estaba enamorado. Era ese amor volátil de pubertad. Ese amor llamado cuelgue, dulcemente simple, que años después recuerdas cuestionándote jocosamente lo que llegaste a sentir. Ella era guapa, la más guapa de la clase. El chaval era del montón, le acababan de poner aparato en los dientes y no vivía su mejor momento de autoestima. Entre suspiros y perfectas imaginaciones mentales, sonó la banda sonora de ese instante, el chaval estaba escuchando la canción de su existencia: “
Aquella canción era “Where Is My Mind” de The Pixies. Una pieza que captura esa aleatoriedad, ese infinito de manera tan calibrada que puedes flotar en el sentimiento confuso de saber lo aleatoria que es la mente. Ahondas en tu cerebro y no sales del laberinto, sigues cada tangente una tras otra, cada pensamiento trae otro, y es demasiado tarde para volver atrás y borrarlo todo. “¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Estoy en el lugar correcto? ¿Quién es esta gente? ¿Por qué tengo que morir? ¿Dónde está mi mente?”. Pero también emite a la imaginación esa vida donde no tienes que pensar, la vida de soñar despierto. Una interpretación del sueño, de vivir en las nubes porque, sí, los que te dicen que vives en las nubes debes invitarlos a subir porque ellos son los que están abajo. Desde arriba se ve todo mejor.
Por eso “Where Is My Mind” es espectacular. La canción es descabellada, perdida y confusa al mismo tiempo. Genial. Retrata el deambular neuronal que se imprime en un racionalismo que te dice lo que necesitas cambiar si no te gusta algo de tu vida, al unísono que el placer sensorial te avisa que los carroñeros se han ido y estás en el puto paraíso.
No hay más. He ahí su auténtica pureza. La música no necesita explicación, sigue siendo un arte y cada uno tiene su culo. Guillotinemos toda la contaminación de interpretación lírica en torno a la canción: que si Frank Black perdió la cabeza porque estaba colocado, que si era un momento en el que estaba perdido de su vida, que si en “Lucy In The Sky…” los Beatles iban de LSD, que si la abuela fuma, que si el sacerdote maya tuvo un error de cálculo porque no actualizó Google Calendar. Veo el mayor tripón vegetariano del mundo, el de Black Francis, balanceándose del descojone al afirmar una y otra vez que es solo una puta canción de un pez que le seguía mientras buceaba. Castremos a todos esos violadores que se han atrevido a hacer ridículas versiones (James Blunt, Kings Of Leon, Nada Surf) anémicos de espejos artísticos. Hay obras que deberían dejarse vírgenes. Desangremos el contexto visual de la escena final de “El Club de la Lucha”. Música contextualizada por lo visual, literatura entendida por lo visual. ¡Libres domingos y domingas! Sí, es uno de los momentos cinematográficos mas intensos de la historia. Pero la canción da calidad sensorial al momento, no la escena da un significado a la canción.
El viernes me moriré con esta canción. Como aquel chaval de 12 años que vivía en su propio pequeño mundo y no sabía como coño volver al mundo real. Aquel chaval aprendió a caer en el olvido de su sueño, a querer estar algo loco porque no le importa ser consciente de su sana demencia: ¿hay acaso algo que perder?. “Where Is My Mind”, un sueño, un laberinto, una hipnosis. Una canción es excavadora cuando es deprimente que acabe y continúas dándole vueltas en tu cabeza en esa ratonera o sigues sintiendo esa genialidad de las nubes, en la libertad de que no importarte nada.
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